Valladolid. El tabú de los niños robados por religiosas en los años 60, 70 y 90 en Bélgica, al igual que sucediera en otros tantos países, sale a la luz a través de la ficción basada en hechos reales de la mano de la producción Pequeñas Arañas Negras proyectada ayer en la Sección Oficial de la Semana Internacional de Cine de Valladolid (Seminci), en la que compite a concurso.

Patrice Toye ha puesto cara, voz y sentimientos a las experiencias vividas por muchas jóvenes que, desde la década de los 60 y hasta mediados de los 80, fueron recluidas, lejos de la vista del resto del mundo, en hospitales y centros religiosos donde llevaban su embarazo para, tras el parto, quedarse con los bebés.La directora reconoció que el tema permite hacer un gran documental ya que, al contrario de lo que sucedía en el pasado, aquellas jóvenes, hoy adultas, quieren dar la cara y contar su historia. Para ello tienen que remontarse a la adolescencia, cuando fueron internadas en el ático de un gran centro en medio del bosque, aisladas totalmente del mundo, para pasar su embarazo y, en caso de haber firmado un consentimiento sin leerlo, dar a su hijo en adopción a través de una operación de venta que realizaba una monja.

"Necesitaba hacerlo ficción, dar mi propia visión", ha reconocido la directora dado que este género le permitía contar una historia de vulnerabilidad, de sufrimiento pero también de valores positivos como la amistad, todo ello bailado, representado y disfrutado con la música de John Parish, ya habitual en las películas de la directora, cuyo aire incluso punk contrastaba con la delicadeza de las jóvenes protagonistas.

En 'Pequeñas Arañas Negras', cuyo final y personajes no son reales, las protagonistas son unas jóvenes menores de edad que, recluidas en un centro del que sólo salen para disfrutar de la naturaleza y trabajar en un taller de costura, viven los meses de embarazo antes de dejar a sus hijos en manos de la hermana Simone, quien a sus espaldas los vende.Con la llegada de Katharina, a quien cambian (como a todas) su nombre por el de Katia, todas se abren a nuevas aficiones, como el teatro y la música, con el beneplácito de Cecilia, una joven que, como en su caso, dio en adopción a su hijo al hermano de su responsable, Simone, y ahora cuida al resto de las menores.

Gran aplauso para Vicari La película Diaz - Don't Clean up this Blood, cuarto largometraje del director italiano Daniele Vicari en el que pone rostro a la brutalidad de las cargas policiales llevadas a cabo en 2001 contra los antiglobalización desplazados a la cumbre del G8, recibió ayer el aplauso de los espectadores de la Sección Oficial.

El lanzamiento de una botella de cristal, escena con la que comienza la película, es el elemento que marca los saltos en el tiempo de una producción que narra, con todo detalle, la actuación policial contra los jóvenes, periodistas y ciudadanos que trabajaban o se alojaban en las dependencias habilitadas por el Foro Social de Génova.

El director, que además de engarzar en la cinta imágenes reales se detiene en el trabajo que, de manera voluntaria, realizaron periodistas o abogados, así como en el ambiente, respetuoso y multicultural, que arropaba las concentraciones de los movimientos antiglobalización, se acerca a la trampa del montaje policial (se ubican dos cócteles molotov en la escuela Diaz para vincularlos con los allí presentes) pero, sobre todo, a la crudeza de sus acciones.