Vitoria. Suele suceder casi todos los martes del Festival de Jazz de Gasteiz, salvo alguna excepción. Casi siempre, la primera doble sesión en Mendizorroza cuenta con una entrada, por así decirlo, discreta y este año no fue una excepción. Con menos de la mitad del polideportivo presente y entre un calor asfixiante que volvió a dejar a las claras algunas de las deficiencias del espacio (que tiene muchas y a este paso no se van a resolver en años), se desarrolló una jornada en la que Stefano Bollani, por un lado, y Joe Lovano y Dave Douglas, por otro, buscaron muchos caminos, encontrando algunos y perdiéndose en otros.
Le tocó abrir a un Stefano Bollani que a lo largo de la hora y poco que duró su actuación demostró que, en el aspecto técnico, es uno de los mejores pianistas que se pueden encontrar en estos momentos y no sólo en Europa. Su dominio del instrumento es total, contando además con dos compañeros correctos durante la actuación. Sin embargo, si uno pretende unir a su calidad sonora locura y sentido del humor, o lo hace hasta las últimas consecuencias o pasa lo que sucedió en la capital alavesa, es decir, sí pero no.
Bollani pasó de Serrat a Miles sentado, de rodillas, desde el suelo, aporreando la banqueta y el piano, intentando sacar sonido de la botella de agua, silbando, haciendo que el contrabajista Jesper Bodilsen cantase... Incluso meció (o atacó, según se mire) una cuna imaginaria mientras interpretaba el Billie Jean de Michael Jackson. Habría que empezar a hacer una lista de la de veces que el difunto músico ha sido versioneado de muy distintas formas en los últimos años en el polideportivo. No faltó, aunque tuvo que pasar una hora, la coña en forma de discurso que el pianista suele ofrecer.
Pero se quedó a medias y no consiguió crear, de verdad, un ambiente propicio en el que música y absurdo dieran los frutos deseados. Al final, un bis y gracias.
Tocó entonces el descanso y, tras él, Mendizorroza recibió a un viejo amigo como es Joe Lovano, que habrá cumplido los 60 pero está como siempre. Compartiendo gorro con Dave Douglas, ambos emprendieron un camino simultaneándo temas de uno y otro, armando una interesante y mantenida propuesta en la que el resto del grupo aportó lo que pudo, que tampoco fue mucho. Solo tras solo, lo escuchado sonó como era de esperar en manos de dos figuras de esto, pero también ha ya conocido, a nada o poco nuevo, a una sesión a la que le faltó dar el siguiente paso para explotar.
Es evidente que tanto Lovano como Douglas (que, por cierto, hizo gala de un castellano más que decente) tienen una conexión especial que además de en un par de efusivos abrazos se tradujo en una compenetración de saxo y trompeta que el personal degustó, sobre todo en temas como Libra. Eso sí, sólo hubo un bis que se produjo cuando una buena parte del público ya estaba saliendo del pabellón, encontrándose fuera con un ambiente un poco menos caluroso.
En este punto hay que reseñar una circunstancia que generó alguna que otra protesta entre los espectadores. Durante todo el segundo concierto, el diseño de iluminación del escenario permaneció igual, sin moverse, dando de forma directa varios focos en las dos primeras filas de la zona reservada a los abonos no numerados. Eso hizo, primero, que varios de los presentes tuvieran que seguir el recital con gafas de sol y, segundo, que otros hiciesen repetidos gestos de enfado a la mesa de los técnicos porque entre el calor del ambiente y el que generan las luces, la situación era complicada.