Sucedió hace un par de semanas. Acabábamos de cenar con unos amigos en un agradable restaurante oriental de Madrid y, desechada por mayoría mi propuesta de "cambiar de tienda", uno de mis amigos le pidió un gin & tonic a la camarera, también ella asiática.

Mi amigo pidió una marca determinada de ginebra, por supuesto premium. La chica, bastante desconcertada, farfulló que no la tenían; mi amigo, entonces, quiso saber qué marcas de ginebra podían suministrarle. La camarera, literalmente, estaba tragando quina.

Que era, de alguna manera, lo que pretendía hacer mi amigo. Porque el gin & tonic consta, como no ignoran ustedes, básicamente de ginebra y agua tónica. El agua tónica contiene quinina, que le da su característico toque amargo. Y la quinina es el alcaloide de la quina, como la cafeína lo es del café, la teína del té y la teobromina del chocolate (de teobroma, alimento de los dioses, como lo bautizó Linneo).

La quina se extrae de la corteza de un árbol de origen americano, y se usó siempre como febrífugo, no como remedio contra la malaria... porque en América, en las Indias Occidentales, esa enfermedad era desconocida. No así en las Indias Orientales. El agua tónica era, pues, un paliativo para el paludismo. Pero la quinina, como todo buen medicamento botánico, es amarga.

Desde siempre se ha querido contrarrestar esa amargura; contra amargor, dulzor. Just a spoonful of sugar helps the medicine go down, cantaba Mary Poppins por boca de Julie Andrews, una cucharada de azúcar ayuda a pasar la medicina... Los ingleses no usaron azúcar para hacer más agradable su agua tónica, sino su destilado nacional: la ginebra. Y ahí está el gin & tonic, una prudente dosis de quinina con un excipiente saborizante que incluye entre sus ingredientes a la ginebra.

Antes, tragar quina, en sentido literal, no era equivalente a hacerlo en sentido figurado, en el que equivale a "soportar o sobrellevar algo a disgusto". No era motivo de disgusto para los niños españoles de los años sesenta y setenta tomar una copita de vino quinado, que se les daba para abrir el apetito (recuerden aquella coletilla de "y da unas ganas de comerrr...")

Sí que tragaban quina, en el sentido académico, cuando lo que se les hacía ingerir era la cucharada de aceite de hígado de bacalao. Hoy, en España, el gin & tonic arrasa. Se ha impuesto, y ha desplazado a los demás combinados y destilados de sobremesa. El cubalibre, que empezó a degenerar cuando se llamó así a la mezcla de ginebra y cola, apenas se ve ya fuera de los botellones y las discotecas masivas. El gin & tonic, en cambio, resulta adecuado para la sobremesa en un restaurante de lujo, en una terraza de moda, en un bar elegante, ya que tiene un aura de la que carecen otros combinados.

Lo malo es... que de la afición estamos pasando a la sacralización. Se presentan cartas de ginebras, con los más variados aromas añadidos.

menú variado La ginebra, en este caso el London Gin, que es uno de los tipos que existen, procede de un destilado neutro, al que se añade nebrina, que le da su aroma característico. La nebrina, aclaramos por si acaso, es el fruto del enebro; a la ginebra no se le pone enebro, que es un árbol, sino nebrina, que es su fruto.

Hay, también, cartas de tónicas, más o menos premium; la tónica llegó al mercado español en 1959, y le costó lo suyo introducirse. Hoy se nos ofrece todo un abanico de marcas para elegir. En cuanto al gin & tonic, hay una ortodoxia en su preparación, un ritual que exige desde el tipo de recipiente (vaso grande y fino, tipo sidra, o copa de alto pie y ancho cáliz) hasta el golpe de mango de cuchara mezcladora para agitarlo muy ligeramente, pasando por el tipo y cantidad de hielo, la piel de limón o lima, salvo que se combine copa y ensalada y se decore con pepino... un mundo. Pero un mundo mixtificado.

En España, ya decimos, hay una locura por el gin & tonic. Gentes malpensadas lo atribuyen a que, en la hostelería española, nadie va a usar el tacaño vasito medidor para ponernos la ginebra, sino que echará un buen chorro, mientras por ahí adelante racionan el alcohol y hasta la tónica, que sirven en botellines más pequeños. Rácanos que son, piensan los bebedores españoles, que no volverían a poner los pies en un bar en el que usaran ese adminículo a la hora de servirles su copa.

En fin, el gin & tonic es como una religión. Y tiene, naturalmente, sus sacerdotes y sus templos, además de sus fieles. A uno le entra la risa floja cuando oye a alguien decir que en tal o cual sitio preparan el mejor gin & tonic de Madrid; un gin & tonic es un simple combinado, no un cóctel, que es lo que requiere ciencia y mano. Un gin & tonic, con buenos ingredientes (quiero decir: sin alcoholes de garrafón) lo hace cualquiera.

Pero, claro, estas cosas se engrandecen cuando se las rodea de toda una liturgia. Y para mucha gente, esa liturgia es lo que importa. Es... una forma de ver las cosas: hay bastante gente para la que los envoltorios tienen más importancia que lo envuelto.