En julio de 1912 se cumplen cien años de la llegada de Pío Baroja a Bera (Navarra). Allí adquirió Itzea, la casona que desde entonces sería como ningún otro el refugio entrañable y familiar, el sanctasanctórum del pensamiento y el conocimiento, fábrica de ideas y sentimientos, el laboratorio, el estudio, el archivo del saber de la gran biblioteca y, sobre todo, el solar de los Baroja, la paz y la serenidad: la casa. Y desde entonces y hasta ahora mismo, la asociación indisoluble de un apellido, una casa y un pueblo: Baroja, Itzea y Bera.
Don Pío Baroja lo contaba. "Cansado de vivir siempre en Madrid (...) creía sería mejor comprar un caserón viejo y arreglarlo durante ocho o diez años. Consultábamos anuncios en los periódicos de San Sebastián, y al fin dimos con uno en El Pueblo Vasco de esa ciudad, que hablaba de un caserón de Vera, bueno para fábrica o convento, que estaba al lado de un riachuelo, y que lo daban barato. Fui a Vera a verlo; aquello era una verdadera ruina. A pesar de eso lo adquirí y con el tiempo hemos conseguido arreglarlo bastante".
La compra se decidió, o al menos se apalabró, en julio de 1912, recuerda y confirma Pío Caro Baroja, y se formalizó un año después. Lo cuenta en su Guía sentimental de Itzea, que escribió y acompañó con textos del autor de La busca y de su hermano Julio: "Venta de Juan José Ramos a Pío Baroja ante el notario Don Miguel Lanz y Aramburu, el 26 de junio de 1913. Notario del Ilustre Colegio de Pamplona y del distrito de San Sebastián, con residencia en la Villa de Irun. Dice: Una casa llamada Itzea, señalada con el número ochenta (hoy es el 26) de la calle de Alzate, de trescientos cuarenta y ocho metros de sitio solar y dos pisos de habitar y contigua a dicha casa una era de ciento cuarenta y dos metros de superficie y una huerta de seiscientos cincuenta y un metros también cuadrados. El precio estipulado fueron 15.000 pesetas".
El autor de El árbol de la ciencia había conocido Vera (entonces se escribía con uve) tres años antes, en 1909 cuando acudió a Biarritz a la boda de su amigo Paul Schmitz (Dominik Müller) que "quiso fuera su padrino". Luego siguieron a Bidart, después fueron a Askain y a Bera, bordeando el monte Larrun. Y su primera impresión, "era anochecido", fue bastante positiva y agradable: "El pueblo de Vera me pareció muy bien, con casas hermosas y de aire cómodo y respetable", escribe Pío Baroja.
"Mis primeros recuerdos de Vera son confusos, vaguísimos. Pero siempre relacionados con sensaciones plácidas". Ahora es don Julio Caro Baroja el que explica sus sentimientos (Los Baroja. Memorias familiares, Madrid 1972), sobre la villa y la casa. "Vera es la vida familiar sin trabas ni cortapisas, frente a la escuela, la barahúnda y la zozobra de Madrid. Es el orden de la casa de mi abuela y de mi tío Pío frente a la tensión de mi propia casa" (...) y es también la naturaleza frente a la vida artificial", confiesa.
"Itzea, la casa de Vera, es el sitio donde yo estoy siempre más a gusto. Si no fuera porque el clima húmedo y relativamente frío del invierno vasco me produce trastornos en la salud me iría a vivir allí para todo lo que me quede de vida. Itzea está cargada de recuerdos, malos los unos, buenos los otros. Pero así como mi visión de Madrid es amarga, la de Vera es plácida. El recuerdo triste de Madrid no lo ha paliado el tiempo. El de Vera, sí", explica.
En don Julio, su sentimiento por Bera es el de un "amor físico" que experimenta con el anual ir y volver. Llegar a Itzea le agrada, le relaja y tranquiliza, lo contrario que el regreso a Madrid que le produce "una sensación de angustia". Los atardeceres de una ciudad castellana o de la sierra no le causan ningún placer, su paisaje ideal es el de los valles, montañas, bosques y ríos: "Por eso, llegar de Vera a Castilla era cambiar la vida por la muerte".
Carácter y dignidad
Una casa hermosa
"Itzea", sigue don Julio, "la casa comprada por mi tío Pío en 1912 y arreglada por la familia, es hermosa, sin duda alguna. Por fuera tiene carácter y dignidad. Dentro, sus cuartos están llenos de un algo misterioso y un poco triste". Miguel Pérez Ferrero, en su libro Pío Baroja en su rincón (Chile, 1940), escribe por boca de don Pío que "la vida familiar hízose siempre en el comedor con su chimenea, auténtica cocina vasca, con un guardafuegos con las armas de Carlos V, encendida al sentirse los primeros fríos", y es así como continúa la estancia hoy en día.
"Poco a poco, los Baroja fueron logrando en su vivienda el ambiente y adorno apetecidos", señala, y en el piso segundo se acomodaron las alcobas del novelista "con un armario grande de libros" y la de su sobrino Julio. Y aquí se forjó la aspiración de Pío Baroja: la biblioteca en la que fue reuniendo "hasta ocho o nueve mil volúmenes" que luego se llegarían a triplicar con los que aportó Julio Caro Baroja.
En aquella época la casa estaba continuamente "atestada de gente", de amigos y curiosos que despertaban la curiosidad de los beratarras poco acostumbrados a la llegada de tantos visitantes a la villa. También estuvo Camilo José Cela, lo cuenta en Del Miño al Bidasoa: "El vagabundo tiene un amigo en Vera que se llama don Ricardo (...) y vive en el camino de Urrugne, en su casa de Itzea...". "Don Ricardo es hermano de don Pío, otro amigo que tiene el vagabundo" y el que mandaría que les diesen de comer y beber al ocasional compañero Dupont y a Cela. En su visita, Camilo José Cela (que en 1956, al morir don Pío en Madrid, sería uno de los que llevarían su féretro) observa que en la casa "se guarda la biblioteca de don Pío, grande y curiosa y con muchos manuscritos y libros de viajes".
Las puertas de Itzea siempre han estado abiertas con generosidad (muchas veces mal entendida) que llegaría a causar más de un disgusto por los robos de libros y objetos que "como recuerdo" se llevaban los visitantes con ningún respeto, lo que obligó a poner remedio. Aún peor fue en la noche del 29 de febrero al 1 de marzo de 1996, cuando se registró uno de los robos más serios, apenas cuatro días después de que los Caro Baroja marcharan a Madrid. Entre lo sustraído figuran varios objetos de plata aportados por los Baroja, Nessi y Goñi, seis relojes de cobre y porcelana de sobremesa, dos figuras de bronce realizadas por Ricardo Baroja, y las medallas de oro de Navarra y del Premio Príncipe de Viana, que le concedieron en 1984 y 1995 a Julio Caro Baroja.
Cien años y el futuro
Vida y muerte en (de) Itzea
La muerte separa pero también une. En Itzea han fallecido Serafín Baroja (Donostia, 1840 - Bera, 1912), su viuda Carmen Nessi y Goñi (Madrid, 1849 - Bera, 1935), Carmen Baroja y Nessi (Iruñea, 1883 - Bera, 1950), y en 1953 el más polifacético de la familia, Ricardo, que nació en Minas de Río Tinto en 1871. El último sería Julio Caro Baroja, que moriría en 1995. Y todo ello, igual que las vivencias atesoradas en la casa han marcado a la familia y al tiempo, y de forma sensible a Bera, cuya existencia, gracias al apellido Baroja e igual que como ocurrió con el tenor wagneriano Isidoro Fagoaga (1893-1976), es conocida en todo el mundo. Itzea es habitada en verano (y ocasionalmente por la familia), y el proyecto de Pío Caro Baroja de instalar en la vecina Portua un museo permanente de Los Baroja y su obra sigue durmiendo el sueño de los (in)justos, políticos que tanto hablaron y ofrecieron sin ningún resultado práctico. Ahora, cuando se cumple el centenario de la compra (y también el 140 aniversario del nacimiento de Pío Baroja), Itzea permanece lamentablemente olvidada (pero profusamente fotografiada por cientos de visitantes) a pesar de lo que fue, supone y podría suponer para la historia de la cultura vasca y de la propia Bera.