Aunque en la última década Artium ha estado construyendo su interior, nunca ha dejado de mirar hacia lo que le rodea intentando crear un discurso urbanístico, artístico y social que, sin duda, se ha convertido en todo un reto que está por superar. Algunos pasos se han dado pero eso no puede ocultar que el museo tiene dos asuntos pendientes en su exterior que destacan por encima de otros: por un lado, qué hacer con su plaza interior; por otro, cómo convertirse en motor para El Anglo y en un punto de unión entre esta zona de la ciudad en la que se ubica el edificio de Catón y el Casco Viejo.
En el primer caso, en cómo dar una vida al espacio generado entre las dos partes de la infraestructura que están sobre la superficie, los intentos han sido varios pero sin recorrido. Sobre la mesa, por ejemplo, estuvo en 2007 una intervención arquitectónica diseñada por Esther Pizarro (una telaraña de cables de acero en cuyo centro se dibujaba lo que parecía el diseño del Casco) que no terminó de concretarse por, entre otras cuestiones, falta de recursos económicos.
Sin embargo, el intento más serio que se ha dado en esta década por intentar encontrar soluciones se inició a comienzos de 2010 de la mano de la productora artística Consonni. Se empezó entonces un proyecto que incluyó un picnic abierto a la ciudadanía para compartir opiniones, un proceso para generar una sala de estar y de encuentro que se quedó en nada después de varios meses de trabajo ya que, al parecer, no se encontró lo que se buscaba, sin olvidar la crisis, que también está teniendo un papel decisivo en este caso (todo hay que decirlo).
A la espera de sacarse esa espina, el museo sí ha avanzando en otras zonas de su exterior. En una de las partes sigue presente la escultura de hierro de 45 metros de altura de Miquel Navarro que se ubicó cerca de la entrada principal antes de abrir Artium. Al otro lado, y desde 2009, se ubican en un particular diálogo otras tres creaciones de Richard Serra, Jorge Oteiza y Eduardo Chillida. Y eso sin olvidar que en su parcela y bajo el techo del cielo se han hecho conciertos, montajes multimedia, performances como la de Cang Xin, representaciones de Magialdia (usando, sobre todo, la parte que da a la calle Francia)...
Actividades de este tipo también han servido para avanzar en el segundo gran reto, El Anglo, y su puesta en relación con el Casco. Y en este último sentido también hay que enmarcar iniciativas como las visitas compartidas con Montehermoso y la galería Trayecto. Sin embargo, a nadie se le escapa que todavía se tienen que dar bastantes más pasos sin caer en la idea, eso sí, que hace diez años tenían algunos en la capital alavesa, es decir, que el museo iba a ser una revolución comercial. Su intención es también tener una huella urbanística, y ahí tiene que avanzar, pero sin perder el sentido de la realidad.