En la memoria, entre otros muchos momentos del Festival de Jazz de Gasteiz, aparece la presencia de Miles Davis en Mendizorroza. El final de su trayectoria vital y profesional no andaba lejos y sus problemas físicos y excesos eran patentes. Aún así, rodeado de un buen número de jóvenes músicos (entre los que estaba el gran Kenny Garrett), ofreció un concierto imposible de olvidar por el simple hecho de que allí, frente al público, estaba un mito, el que, para muchos, ha sido el mejor músico del siglo XX más allá de etiquetas y estilos. Era un 12 de julio de 1988.
En aquella ocasión no estaban presentes tres hombres que habían sido estrechos colaboradores suyos en distintas etapas musicales (tanto sobre el escenario como en la producción): Marcus Miller, Herbie Hancock y Wayne Shorter. Sin embargo, van a ser ellos los que devuelvan al genio de Alton a la capital alavesa. Lo harán el sábado 16, en la jornada de clausura del certamen, en un concierto exclusivo en el Estado y que sólo se va a repetir otras cinco veces en otras tantas partes del mundo. Se quiere recordar así que un 28 de septiembre de hace 20 años se despedía de la vida un hombre que, sin duda, supo sacar todo el jugo profesional y personal a su existencia.
Decir que se sentía orgulloso de ser negro es quedarse corto. También que sentía un racismo institucionalizado en su país que le hizo creer siempre que era mucho mejor tratado y más reconocido fuera de Estados Unidos que dentro. Era un amante de la evolución musical e incluso, sin rechazar sus trabajos anteriores, siempre defendió que si un músico se queda haciendo lo que sabe nunca será bueno, por eso, él siempre fue un paso por delante, no para retar a otros, sino para ponerse entre la espada y la pared a sí mismo (él no se amoldó a los tiempos como algunos sostienen, él siempre se adelantaba a lo que estaba por venir). Esa misma exigencia la tenía para los músicos que le rodeaban y si ellos no estaban a la altura se los quitaba de en medio sin pestañear, incluso aunque fuesen familia. Eso sí, siempre se sintió entusiasmado al ver que sus alumnos más aventajados le dejaban para ser sus propios líderes.
Como músico fue un monstruo del que recomendar un disco o una banda sonora (tiene varias que son una auténtica delicia) parece pecado. Es curioso, sin embargo, ver como álbumes que hoy están elevados a los altares, como Kind of Blue o Sketches of Spain, fueran recordados por el propio Miles sin tampoco demasiadas florituras. De hecho, hasta el final de sus días, mostró siempre una gran preocupación por la música que estaba haciendo en ese instante, dejando lo de detrás en el pasado, como esos caminos que él tuvo que recorrer necesariamente para llegar hasta donde le interesaba, el ahora.
Ante todo, el genio "Si colocas a un músico en un puesto donde tenga que hacer algo distinto de lo que hace constantemente, podrá hacerlo, pero para ello deberá pensar de manera distinta. Tendrá que usar su imaginación, ser más creativo, más innovador; deberá arriesgarse más. Tendrá que tocar más allá de lo que conoce y eso puede conducirlo a un nivel superior a aquel en que ha estado hasta entonces (...) Entonces será más libre, contemplará las cosas desde una perspectiva diferente, preverá y sabrá que se aproxima algo distinto. He dicho siempre a los músicos de mi banda que toquen hasta donde sepan y a continuación más allá de lo que sepan. Porque, si lo hacen así, cualquier cosa puede ocurrir y allí es donde nacen el gran arte y la gran música". Es palabra de Miles, recogida en la autobiografía que el músico firmó junto a Quincy Troupe y que en castellano (con la traducción de Jordi Gubern Ribalta) se puede encontrar a través de Alba (un libro, por cierto, más que recomendable).
Ese espíritu lo llevaba hasta sus últimas consecuencias en la música. Sobre el escenario no tenía amigos. El que quería estar a su altura podía permanecer ahí. El que no, le sobraba. Incluso aunque fuera su amado Bird, más allá de que a Charlie Parker le aguantó carros y carretas. El querer siempre mirar al futuro le llevó por distintas sendas del jazz, sabiendo reconocer además la importancia de artistas (sobre todo negros) de otros géneros (por ejemplo, tenía un aprecio muy fuerte por la forma de hacer de Prince). En esa búsqueda de la evolución continua fue compartiendo camino con jóvenes que eran capaces de aportarle algo diferente y con nombres que son historia de la música: Dizzy Gillespie, Sonny Rollins, Lee Konitz, John Coltrane, Cannonball Adderley, Jimmy Cobb, Ron Carter, Dave Holland, Chick Corea... Junto a unos y a otros se construyó la leyenda del padre del jazz contemporáneo, más allá de que algunos siempre quieran resaltar sus malos modos ocasionales con intérpretes como Wynton Marsalis y Ornette Coleman, su estado se salud, sus problemas con la Policía, sus excesos, su carácter mujeriego...
Sí, de todo eso hubo y mucho, ayudando de paso a apuntalar todavía más su leyenda, pero sería injusto quedarse en eso antes que en la música y en todo lo que él fue capaz de aportar.
todo un personaje Miles era un coqueto. Su preocupación por la ropa y la presencia física a veces parecía hasta enfermiza. Es algo que cultivó desde sus inicios, más allá de todos los vaivenes de su vida. Esa fue una constante que nunca abandonó. Bueno, esa y su apego por las mujeres, a las que en determinados momentos llegó a utilizar para obtener dinero, como él mismo reconoció.
Ellas, sus tormentosas relaciones sentimentales y sus excesos sexuales (en muchas ocasiones vinculados con las drogas), marcaron de manera muy importante la vida fuera de los escenarios de un Davis que con el paso de los años encontró una vía de escape (más vital que artística) en la pintura.
No hay que ocultarlo ni menospreciarlo. Él le dio a todo lo que pasó por delante de sus narices y venas. Estuvo enganchado a casi todo lo posible. También al sexo. Pegó a algunas de sus compañeras. Tuvo chicas a sueldo. Y es casi mejor no hablar de ciertos comportamientos con sus hijos y familiares.
Esa personalidad visceral se reflejaba también en sus opiniones sobre su país, la sociedad occidental, la relación entre razas, la cultura, la enseñanza... Y no se guardaba nada. Por ejemplo, no hay más que ver cómo describía a una institución como la Juilliard School, centro de Nueva York que abandonó cansado al no poder evolucionar y tener que soportar unas enseñanzas de blancos.
El homenaje "Nunca he creído que la música llamada jazz estuviera destinada sólo a un reducido número de personas o a convertirse en una pieza de museo guardada bajo cristal como otras cosas muertas que en algún momento se consideraron artísticas. (...) Nunca he sido de aquellos que opinan que cuanto menos, mejor, cuantas menos personas te escuchen, mejor eres porque lo que tú haces es demasiado complicado para que lo entiendan muchos. (...) Siempre he defendido que la música no tiene fronteras, que no hay límites para ir en la dirección en que quiera ir ni al lugar en que quiera crecer, ni restricciones a su creatividad. La buena música es buena, no importa la clase de música que sea". Otra vez palabra de Miles en el libro junto a Troupe. Otra lección que recordar.
Ese pensamiento lo podrían firmar a la perfección Miller, Shorter y Hancock. Los tres están unidos en este homenaje que servirá para cerrar el certamen jazzístico vitoriano en una noche de sábado que debería dejar Mendizorroza sin ni una sola entrada disponible. Ocasiones como ésta no hay muchas.
Davis tuvo grandes palabras para los tres antes de morir. A Marcus (que "encima era un hijoputa simpático y divertido") lo tenía en una altísima estima tanto en su faceta de músico como productor. Qué decir de Shorter, al que consideraba el hombre de las ideas en aquella mítica formación con Hancock, Ron Carter y Tony Williams. Sin olvidar, por supuesto, a Herbie, a quien situaba entre los grandes del siglo XX. Todos ellos, presentes y ausentes, se volverán a reunir el 16.