vitoria. Regresa con 'Diario de una mujer pública', ¿de qué trata?
Es una especie de operación quirúrgica de una mujer que pasa del anonimato a la fama. Por la portada pueden pensar que solo es sexo, pero sexo es lo que menos hay. Éste es un diario paralelo que escribí para apuntar todo lo que me pasaba.
El estigma de prostituta que le acompañaba era muy negativo.
Aparentemente, me daba igual. Pero llega un momento en el que hay tanta hipocresía que o sigues como un borrego o te aíslas o creas. Crear es resistir. Y cogí ese camino. En Diario de una mujer pública aparecen elucubraciones mías de cómo me encuentro, de cómo me marcó perder el anonimato. La televisión es al revés de lo que la gente puede pensar.
¿Es un mundo diferente del que se suele imaginar?
Sí. He pasado por muchos programas y no tengo ningún amigo en televisión. Es un mundo más despiadado incluso que trabajar en la calle, aunque yo nunca lo he hecho.
¿En este libro hay notas de ficción?
No escribía en el mismo momento en el que sucedían las cosas. Y cuando recurres a la memoria, la memoria es un filtro que ficciona.
Ha tardado ocho años en publicar 'Diario de una mujer pública'. ¿Por qué tanto tiempo?
Porque tenía miedo.
¿De qué?
De volver a abrir heridas. El estigma te lo has sacudido de encima pero había una serie de cosas con las que no estaba conforme. Por ejemplo, un episodio con un productor que me acosó. No voy de víctima porque si hubiese ido de víctima habría puesto su nombre.
Su presencia en televisión, ¿marcó su vida o puso una barrera?
Fuera de ahí no quería saber nada del mundo de la televisión. Es más, creo que la última vez que miré la televisión en serio fue en el 2004-2005. Tengo un piso en Barcelona y mi televisión no funciona. Y en mi casa del campo, la televisión con la TDT no sabemos cómo va. El único programa que he mirado en los últimos meses ha sido La noche temática.
¿Aprendió algo del mundo de la televisión?
Sé donde puedo trabajar porque me gusta. Sé donde nunca iré. Sé quién es quién. Sé que nunca hay que fiarse de un supuesto periodista. Era ir a un programa y siempre había un gracioso para hacerme bromas alrededor, para echarme los tejos, pensando que yo era una chica fácil.
Aparecen nombres como Jordi González. ¿Ha contado con su permiso?
Fue con quien empecé en televisión. No tengo que pedirle permiso. Incluso si hablara mal de Jordi González, estoy en mi derecho. Aquí está la libertad de expresión, otra cosa es calumniar a otra persona.
Tras publicar 'Diario de una ninfómana' trabajó con Antonio Salas para su libro 'El año que trafiqué con mujeres'.
Para mí, Antonio Salas es de admirar. Siempre le he querido muchísimo. En el primer momento en el que le vi me sentí muy recelosa porque además le di mi dirección sin conocerle. Tuve suerte porque cuando se presentó era él.
Ha reconocido que entró en el mundo de la prostitución para intentar conocerse. ¿Cómo llegó allí?
Sí. Yo tenía todo, luego lo perdí por haber estado con un maltratador. Y me metí en el tema de la prostitución para conocerme, para pagar las deudas que me había dejado este maltratador. Pero ya había pensado probar.
¿Qué encontró?
Conocí mis puntos de torsión, los límites de quién soy yo. Mi pregunta era ¿quién soy yo? Aprendí mucho en la prostitución pero es una etapa pasada. Es como haber jugado a las muñecas cuando tenía ocho años. Muchas veces me dicen: ¿Volverías a hacerlo? No, de la misma manera que no volvería a jugar con muñecas.
¿Cómo llegó a los ambientes de lujo?
Fue por casualidad. Pero una tonta, tonta no es. Un día cogí el periódico y vi un anuncio muy grande de una agencia de escorts (acompañantes). Decidí llamar y me presenté. Tenía 30 años, 12 menos que ahora. No tenía lo que llaman el perfil. Era una chica normal y corriente y la más vieja. En el mundo del alto standing puedes irte de viaje con algún señor o atender a extranjeros y si hablas varios idiomas, mejor. Y muchos lo que buscan es discreción. Y yo era muy discreta en ese sentido porque no tenía el perfil de la prostituta.
A pesar de ser discreta, ¿cómo reaccionaron en su casa?
En mi casa no sabían nada. Tuve que mentir mucho. Mis padres viven en el nordeste de Francia y yo ejercí la prostitución en Barcelona. Me inventé una actividad hasta que me cansé. La verdad del todo no la saben. Mi nombre es Valérie pero Tasso es un seudónimo. Y no quise que se publicaran mis libros en Francia ni que se tradujeran al francés. Me daba igual lo que dijeran de mí pero no que lo supieran mis padres.