vitoria. "Zu Otamendi ez, zu gaur zara Superotamendi". Ya estaban en la recta final, mano a mano, aurrez aurre, y Manex Agirre retaba en el último intercambio de bertsos al que más txapelas guarda en el armario. Otamendi venía in crescendo, con ganas de recuperar un tocado que no lucía desde 2008, pero ayer fue el de Aramaio el que durmió como txapeldun alavés de la rima, de la improvisación, del baile (de letras), de la música, del euskera...

Porque todas las disciplinas parecen tener espacio en el bertsolarismo. Se podía ver en los pies de los seis finalistas, nada más pisar las tablas. Inquietos, para adelante, para atrás, como sus propias estructuras cerebrales, dispuestas a rebobinar pensamientos y lanzarlos, a traducir sentimientos en melodías.

Hasta la calle Fueros llegaba la cola para entrar al Principal, que volvió a ser el último destino de los seis mejores, tras un camino más jugoso que nunca, lleno de sabores de afari y muchas caras nuevas. La estrella de la camiseta de Asier proponía buenos augurios, primero de la fila, garganta temblorosa. La inseparable risa de Manex, en el último lugar del seikote, vaticinaba también brillos mágicos.

Todo empezó frío en las tablas. Pero muy caliente en las gradas. A Iñaki Viñaspre le ha salido un contrincante en el aplausómetro de las finales. Ander Solozabal, que se estrenaba en la cita más grande, tiene también un buen puñado de fans. La vuvuzela y el bombo rugían. Dena prest!

Como el bertsolarismo alavés, la final fue mejorando progresivamente. A base de zortzikos, los botadores fueron calentando en tandem, saltando de temas íntimos a sociales, cruzando desde rimas sobre problemas personales hasta Fukushimas con ecos de Garoña.

La risa regala siempre dientes de llave. Y los que primero supieron convocarla y abrir la caja de los aplausos fueron Iñaki Viñaspre y Oihane Perea. La defensora del título visitaba a su hijo, trabajador en una obra. La danza de nervios inicial ya había dejado paso al teatro. Bertsolaris metidos en extraños papeles. "Zure purearekin moldatuko gara", apremiaba un Viñaspre crecido, a ama Perea, aludiendo al cemento de sus potajes.

Korrika, límites de velocidad, bares sin humo, elecciones, Arabatakada -pena que no le tocó a Solozabal, uno de los organizadores- y gasolina protagonizaron una tanda de temas individuales que aún no acababa de arrojar favoritos. Fue en tandas de tres hamarreko txikia donde se empezó a vislumbrar. Otamendi -junto a Viñaspre- comenzaba a entrar en calor ante un virtual portero de discoteca. Y Agirre y Olazabal conseguían quizás el pico de humor de la tarde con un metafórico -y erótico- ordenador que se colaba en el dormitorio. "Nire pendrivea orain da sutan dagoena", aseguraba Manex. "Sagua klikatzeaz nekatuta nago", protestaba Ander.

La danza, el teatro... La palabra tomaba fuerza, con las sinapsis ha plena neurona, en un nuevo golpe de trabajos individuales. Otamendi se ganaba el pasaporte a la fase decisiva metiéndose en la piel de un paralímpico que fracasa en su primera carrera. "Nere burua gainditu dut nik, eta gaur ni naiz txapelduna". En este caso no acabo de ser preminitorio del todo.

Zigor Enbeita, el más veterano de todos, animaba a un Ander Solozabal que ganaba pequeños boletos con cada intervención, casi siempre inmediata. También Manex, el último de la fila, cuajaba una buena sorta final, en el papel de aita con hija adolescente. "Neure alaba oraindik neurea ere badelako".

Tras el descanso, la decisión: Asier y Manex se jugarían la txapela. Del primer túnel del terror Manex salía victorioso, con un montón de aplausos, pero en la prueba de cárcel, de nuevo con Fukushima, Otamendi -Superoatamendi- se metía con talento en la piel de uno de los rescatadores de la central. "Barruan geldituko da zauria". El tema propuesto era despertar y verse diferente ante el espejo. Tras abandonar su exilio, Manex escogía un prisma más íntimo, acabando por romper ese espejo para buscar su destino. "Nire buru dudan legez ikusi nahi dudalako".

Metafórica, una alegre coreografía de Donostiako Dantza Taldea -con ese agua que llena el bertsolarimo alavés, 'bete!'- ganaba tiempo para la decisión de los jueces. Lierni Altuna leía el papel y el teatro explotaba en aplausos. Tras tres segundos puestos, un fijo -desde que empezó- de las finales se hacía al fin con su primera txapela. Manex apretaba los puños y soltaba toda la tensión gritando, volando casi por el cielo del Teatro Principal. Supermanex!

La txapela voló hasta Aramaio, que fue precisamente protagonista del último bertso de la tarde. Antes Zigor se confesaba txapeldun de su casa, Iñaki arrancaba el carácter arabarra de la platea y Ander reivindicaba -visto... lo que veía- una Araba euskaldun. Oihane -Perea, Perea!-, cedida la txapela, se sentía sin embargo "lautadako erregina" y Asier se ofrecía como guardaespaldas de Manex ante la avalancha mediática que le espera.

"Kriston pozik", aseguraba sentirse el txapeldun, que se había ido sintiendo mejor "según la final iba avanzando". Recién calada la txapela confesaba no saber "cómo valorarlo, aunque después de tantos años es seguro un empuje". Su cuerpo estaba en las tablas, recibiendo abrazos, pero su pensamiento estaba volando todavía con capa de Supermanex. Lo había avisado en su primer bertso. "Txapela ez da obsesioa, baina etortzen bada ondo". La mitad del bertso es el silencio que lo compone. Pero ayer Araba lanzó rimas por todo lo alto.