Antes de fundar la coral, cuando salían al monte con la Excursionista Manuel Iradier, ¿les daba ya por cantar a los cuatro vientos?
Sí, sí. Cantábamos por ejemplo aquello de Arriba, arriba montañeros... Eramos una cuadrillita, cantores todos, que pertenecíamos a la escolanía de tiples del conservatorio de Vitoria. Y nos dijimos: "¿por qué no formamos un coro aquí todos?". Pero por entonces ya íbamos al monte, pasábamos el día, cantábamos... En la Excursionista el fin de fiesta del año era en el mes de mayo. Era cuando se ponían las medallas a los que habían hecho cien montes. Empezó el coro con montañeras y montañeros...
Y al aire la música suena mejor. O, por lo menos, más libre...
Y sobre todo allá, en Azazeta, en San Vitor. Es como el txistu. Lo oyes en un sitio cerrado y puede parecer un poco ruidoso, pero oyes tocarlo en la cima de una montaña y es una maravilla. Lo escuchas como si viniera de lejos. Es otra cosa.
Cuando comenzó a trabajar con la coral, ¿cómo planteaba el método de trabajo?
Dimas Otés era el maestro de capilla de la catedral y yo, desde los seis años, era tiple allí. Luego Otés fue el director de la escolanía de tiples del conservatorio y yo pertenecía a las dos. Es el que me enseñó música, piano, de todo un poco...
¿Qué más instrumentos toca?
Ahora nada. Tengo violín en casa, pero con estos dedos ya no...
Suele ser bastante habitual, el que canta o toca algún instrumento suele darle a alguna cosa más...
En el conservatorio era así. A los nueve años yo ya terminé el curso de solfeo y empecé con el violín. Estuve en el conservatorio hasta los catorce años y, aunque empecé a trabajar, seguí.
Y, entre todas esas opciones que ha "tocado", la que más le gusta es...
Me gusta dirigir. Tras cincuenta años de trabajo, ya veo cómo los cantores van haciendo lo que tú deseas, lo que tú quieres.
¿Dónde empezó a ensayar, a gestarse, la Manuel Iradier?
La primera sede de la Manuel Iradier fue el Portalón. Estaba que se caía. De allí pasamos a la calle Dato, donde está el estanco. Estuvimos también en las oficinas de la compañía de automóviles de Álava, y luego en el Teatro Principal, el VESA. Luego en San Antonio, donde está Musiketxea. También estuvimos en lo que es ahora el Parlamento. Y ahora mismo tenemos un sitio muy bueno, en el antiguo colegio Valle Inclán. Éste es el mejor, porque tenemos más sitio.
Supongo que es incómodo, pero también bonito, haber cambiado tanto de sede...
Sí. Y ahora estamos muy contentos.
Y pasaron de ser seis cantantes a...
Luego fuimos dieciocho, luego veinte... Después todos los montañeros querían. El número normal siempre ha sido en torno a cuarenta y cinco. Luego, cuando vimos que había sitio, hasta sesenta y tantos.
Dice que habitualmente se suele poner de mala leche. ¿Qué es lo que le pone así? ¿Qué es lo que le enfada como director?
Una de las cosas que no aguanto es que, cuando te vas a poner a ensayar, siempre hay alguien que empieza a hablar. Eso es lo que más me cabrea. Luego alguna nota que no se da bien y sigue y sigue. Así tengo la voz de echar broncas.
¿Y cuándo les dice algo bueno?
El otro día les dije "ha salido el concierto perfecto". Pero no soy muy de eso, que luego se lo creen y no están centrados.
¿Qué tal anda de "trabajo" la Manuel Iradier? Se les ve desde en una cita sacra hasta en una boda...
Tenemos muchos conciertos. Ahora, para el Réquiem de Mozart que vamos a hacer (29 de septiembre, junto a la OSE), hemos llamado a la mayoría de cantantes que ha pertenecido a la Manuel Iradier. Vienen de Mondragón, de Aretxabaleta, a ensayar, y entonces estamos casi doscientos. Casi no cabemos.
¿Y qué consejos les da a sus cantantes para cuidarse la voz?
No les doy. Ya son mayores y la voz la cuidan. Sí vienen todos como estoy yo hoy me cabrearía.
Cincuenta años dan para muchos recuerdos pero, ¿cuál fue la salida que marcó verdaderamente la faceta internacional Manuel Iradier?
La primera, Polonia. Era un país muy pobre. Recuerdo que cuando nos poníamos a ver un monumento, en fila, la gente se ponía detrás creyendo que daban algo. A pesar de eso, lo pasamos bien. Y nos trataron muy bien. Ellos nos daban lo que podían y nosotros también nos aclimatamos, porque lo que queríamos es que la gente disfrutase.
A lo largo del tiempo ha podido visitar muchos lugares...
Recuerdo cómo en Rusia íbamos siempre escoltados. Yo he estado ya tres veces allí, y una fui solo, a ensayar un concierto con el coro Lyubertsy. Un coro muy majo que trajimos luego aquí. He estado cinco veces en Argentina. En Suiza nos recibió la reina Victoria Eugenia...
Y su mejor recuerdo, siempre lo dice, es su concierto para el Papa. ¿Cuánto tiempo pasaron con él?
Después del concierto estuvimos hablando con él igual una hora. El concierto fue en Castel Gandolfo, solamente para el Papa y para los seis o siete cardenales que había.
Un concierto exclusivo...
Exclusivo, sí, con las autoridades de Vitoria. Como el Papa era polaco cantamos una canción en su idioma y él la iba tarareando. Y otras obras que sabía las iba llevando al compás con el pie. Eso me decían luego los del coro que lo vieron.
Claro, usted nunca puede ver a los espectadores. ¿Quizás éste ha sido el concierto en el que más nervioso ha estado?
Pues estuve muy tranquilo, oye. Muy tranquilo. Recuerdo que nos dio un rosario a cada componente del coro. Y que hablaba muy bien español. Me agarró de la mano, dimos un paseo y estuvimos hablando. Él estaba todo el rato "Iradier, Iradier...". No le encajaba. Y me dijo "¿el de La Paloma?". Y le dije "no, el explorador; yo soy montañero y ya sé que a usted la montaña le gusta también". El Papa iba mucho a rezar a la montaña.
El repertorio clásico no se renueva, pero a la par es amplísimo. ¿Cuál es el criterio para elegir las piezas?
Hay música de autores clásicos que todavía ni se ha oído. Don Dimas Otés tenía toda la música y yo fui su heredero. De ahí saco las obras. Cantamos de todo, pero mi criterio es en función del concierto. A los pueblos que vamos, por ejemplo, pues no les vas a cantar el Ave María porque se aburren. Les cantamos algo sobre el Gorbea... Es como lo que vamos a hacer el día 26 en el Principal, con una parte dedicada a Luis Aramburu.
Y de todos los compositores, ¿con cuál se queda?
Hay uno que me gusta mucho que es Tomas Luis de Victoria. Luego Guridi, Sorozabal. Y están todas esas zarzuelas las hemos representado: Katiuska, Marina... Los del coro son actores también. Katiuska igual la hemos hecho seis veces. Verdi me gusta mucho también. Es que me gustan todos, pero las obras hay que elegirlas bien, porque igual no pueden ser para el coro según las tesituras de la partitura.
Este año también habrá una dosis de montaña para la coral...
Vamos siempre a San Vitor. Allí cantamos y hacemos una comida.
¿Qué queda por ahí adentro de ese niño de seis años que empezó a cantar como tiple?
Quedan todas las satisfacciones.