S e fue. Luis García Berlanga, el gran maestro del cine español, poeta de lo mundano y erotómano elevado, dejó huérfano a todo ese abanico de emociones, desde lo entrañable a lo ácido y lo malsano, que manejó en una filmografía influyente e inolvidable. Berlanga no tenía miedo a la muerte, pero le daba "rabia" la idea de llegar a ella con la sensación de haber "medido mal el tiempo".
A simple vista, había aprovechado la vida con creces. Pese al compromiso con la realidad de su país, acabó creando su propio universo: el berlanguiano, en el que todos hablaban a la vez porque todos tenían algo que decir, a pesar de que nadie escuchara. ¿Fue Berlanga el que supo retratar a España o fue España la que acabó mimetizándose con el imaginario de Berlanga? Como dijo José Luis Borau en la última aparición pública de Berlanga: "España y los españoles, a nuestro pesar quizás y con gran entusiasmo disimulado, queremos siempre ser berlanguianos". Entonces Berlanga, en silla de ruedas, no pudo hablar, aunque la emoción le salía por la mirada. Una imagen muy distinta a la que mostró celebrando sus 80 años bebiendo champán francés en un zapato de tacón de aguja. "Me he pasado la vida corriendo tras unas piernas de la mujer", diría el que se reconocía como el "erotómano del cine español". Pero no unas piernas cualesquiera, sino "unas piernas largas como dos columnas que sostienen el tabernáculo del liguero, vestidas con medias de costura y, por supuesto, ¡nada de pantys!". No era mujer, pero también pasó gran parte de su vida con él: con su colaborador fundamental, el guionista Rafael Azcona. Aunque acabaron discutiendo porque, confesó Berlanga, no podía evitar ser un "tocacojones con los guionistas". En lo político, en cambio, no encontró tal devoción. Evadió la censura en el franquismo, aunque aceptara incluir una folclórica en Bienvenido Mr. Marshall, a la que luego casi no dio diálogo. Pero tampoco se vinculó a la izquierda. "Sólo soy un libertario al que le gustaría terminar sus días como libertino", decía. Berlanga, con el paso del tiempo, fue hablando más disperso, más bajo pero más claro del lado menos amable de su vida. De "la soledad como refugio para la creatividad". Del "egoísmo, porque es la mejor fórmula para ejercer la solidaridad". Y de "la cobardía por no poder ejercer ni de solitario ni de egoísta". Sus puntos de vista, no siempre complacientes, todavía resultan relevantes ante una cinematografía, la española, que arrastra una crisis de identidad artística e industrial.