madrid. Los cincuenta años de amistad que unieron al escritor Julio Cortázar y el pintor y poeta Eduardo Jonquiers dieron como fruto una caudalosa correspondencia, que ahora sale a la luz y desmitifica el aura de hombre "reservado" que acompañó al autor de Rayuela. Cartas a los Jonquières, además de ahondar en aspectos biográficos del escritor argentino, se convierte en una crónica de los primeros años de Cortázar en Europa, continente al que se trasladó en 1951, primero a París y dos años después a Roma, donde recibió el encargo de traducir los cuentos de Edgar Alan Poe.

Eduardo Jonquiers se convirtió en aquellos años en su amigo, confesor y consejero. "Aquí están mis cuatro últimos cuentos", le dice Cortázar en una de las 126 cartas, de quien espera su parecer, porque "como siempre", confiesa el autor de los cronopios, está lleno de "dudas y reparos". "Atacamé sin miedo, ya sabes que yo me defiendo con la misma fuerza", le pide al poeta y dibujante argentino, al tiempo que le ruega que le perdone por "el trabajo de elegir y corregir". Y así le confía Historia de cronopios y de famas, a los que define como "cuentecitos y poemas graciosos". De la edición de las misivas se ha ocupado el filólogo español Carles Álvarez Garriga y la traductora argentina Aurora Bernárdez, la primera esposa de Córtazar a quien el escritor nombró su heredera universal y albacea. En el prólogo del libro, Álvarez Garriga afirma que hasta leer las misivas dirigidas al matrimonio Jonquières "todos teníamos la impresión de que Córtazar era extremadamente reservado en lo personal", pero el experto se muestra convencido de que el afecto que sentía por la pareja "lo obligaba a salir de su reserva habitual". El filólogo invita a los lectores a leer las páginas de este nuevo texto que opina que "en cierto modo desmienten la consideración de Vargas Llosa, para quien Cortázar era "un hombre eminentemente privado, con un mundo interior construido y preservado como una obra de arte".