aL final, sólo quedan sensaciones. Los rastros de pipas, refrescos y folletos del FesTVal se borran de la calle San Prudencio con la rutina de los servicios de limpieza. Más complicado lo tuvieron los agentes de policía, que, tras años de academia, se vieron obligados a tirar de músculo para reforzar las vallas en cada presentación televisiva. La pantalla separa cada día al espectador de los protagonistas. Sólo una barrera metálica lo hace, una vez al año, en este encuentro de masas que los convierte en carne.
Es entre el Caminante y San Antonio donde la relación llega al apogeo. La magia del televisor desaparece, pero los focos del plató se dejan emular por los flashes de las cámaras digitales. Tras encuadrarlos durante años en sus salones, habitaciones y cocinas, al fin los consumidores de la pequeña pantalla pueden observar y casi oler a sus ídolos. Y, en lugar de exprimirlos al límite de sus miradas y fosas nasales, se dedican a volver a encuadrarlos en redundancia estética.
Hay dos fidelidades a San Prudencio. Por un lado, la veterana, la de abril, la del santo patrón. Por otro, la emergente, la de septiembre, la de los santificados patrones, esos que gastan los protagonistas, que gustan de rizarse el rizo para la ocasión, esos que asimilan los insaciables ojos, siempre pendientes de cómo combinan sus estrellas.
Muchas de esas revistas que marcan la tendencia han estado estos días en Vitoria, siguiendo de cerca todos y cada uno de los movimientos de sus víctimas, entrevistándolas, diseccionando sus movimientos para convertirlos en gestos inequívocos de su identidad. Las estrellas han ejercido, y su brillo se ha visto saturado por los flashes, pero siempre han estado dispuestas a frenar una y otra vez su desfile de alfombra en los cincuenta metros vallas, prueba definitiva en el campeonato del FesTVal.
Lo hicieron, sin planear de largo, los protagonistas de Águila roja, abriendo las hostilidades. Lo elevaron a la máxima potencia Belén Rueda y Hugo Silva, rostros en la cúspide de las pirámides del share con su nueva La princesa de Éboli. También dispararon unos cuantos suspiros los intérpretes de Tierra de lobos, que pese a ser parcialmente desconocidos ya están embebidos de esa impostura que llaman glamour. Y lo volaron por los aires los alumnos de El internado, acabando con las últimas energías de los objetivos digitales, con las últimas fuerzas de las cuerdas vocales de la apoteosis scream queen.
También hubo tiempo para otras cosas. Para palabras que no se gritan. Las compartieron con quienes se acercaron a Villa Suso el casi siempre atinado productor Daniel Écija o su colega Mikel Lejarza, que tienen siempre muchas cosas que contar. Y, como todo el mundo, algún que otro secreto que ocultar.
Hubo tiempo para estrenos mediáticamente menores, pero necesarios para que la parrilla no sólo viva de constelaciones efímeras. Para una inmensa minoría... ¿Recuerdan aquella campaña publicitaria de TVE2? Pues de eso hablamos.
La televisión ha clavado sus colmillos en True Blood, ha penetrado sin vergüenza en El armario de Josie, ha caminado entre Los pilares de la tierra y ha subido a la más alta cumbre del reality autóctono con El conquistador del Aconcagua. Ha habido partidas on line con las 625 líneas como excusa, pruebas de lo que será la tridimensional televisión del futuro y, también, como siempre, un espacio para los más pequeños, con Los Lunnis o la seguidísima Patito Feo.
Tele para todos los gustos y pupilas. Tanta tele como se quiera, en este universo actual donde los canales se reproducen por doquier, recordando a esa televisión por cable que sólo conocíamos por series y películas norteamericanas. La tele se apagó ayer hasta el año que viene, y dejó muchas imágenes. Centenares pueden verse en la web del festival, www.festivaltelevisionyradio.com, y algunas quedan en estas páginas. Pero lo más importante son las sensaciones. Entre ellas, una de las principales, es que hay FesTVal para rato. La tele ha echado raíces en Vitoria. Una vez al año, Vitoria es el canal de canales.