Santillana del Mar. Manuel Vicent cree que el novelista no debe escribir "de lo que ha vivido, sino de lo que ha experimentado", y bajo esa convicción ha ido construyendo sus libros con materiales "casi todos procedentes de un derribo espiritual" y con un lenguaje lo más sencillo posible. "La verdad es más profunda cuanto más sencillas y desnudas son las palabras", afirmó ayer Vicent en la tercera y última jornada de los encuentros Lecciones y maestros, dedicados en su cuarta edición a profundizar en la literatura del escritor mexicano Héctor Aguilar Camín y de los españoles Rosa Montero y Vicent.

Vicent, que fue presentado por el cineasta y novelista David Trueba como "un gran contador de las cosas", capaz de "elevar la conversación a las bellas artes", rescató en su magistral lección recuerdos de su infancia y adolescencia que luego han sido esenciales para libros como Contra Paraíso, Tranvía a la Malvarrosa y Jardín de Villa Valeria.

"Todos están basados en una memoria fermentada por la imaginación y diluida en un tiempo y en un espacio determinados. Se trata de una experiencia literaria, no de una autobiografía", subrayó el narrador, galardonado con premios como el Alfaguara de Novela, el Nadal, el César González Ruano o el Francisco Cerecedo.

Vicent (Villavieja, Castellón, 1936) alcanzó "el uso de razón" jugando entre las ruinas de un balneario que había en su pueblo y que durante la guerra "fue convertido en hospital de sangre y la artillería de los nacionales no cesó de enviarle hierros hasta reducirlo a escombros".

Sólo se salvó de la destrucción el cinematógrafo, donde "héroes" como Charlot, Jaimito y el Gordo y el Flaco "habían dejado sus sombras en el aire de aquel recinto cerrado" y en el que, en plena guerra, se instaló un quirófano de campaña para atender a los heridos de la "cruenta" batalla de Teruel. En ese mismo lugar, Vicent y sus amigos jugaban de niños "sin saber que las manchas oscuras que todavía perduraban en el suelo y en las paredes eran de sangre de soldados de verdad".

Cuando fue creciendo, llegó un momento en que Vicent no distinguía "la realidad y la ficción". Aquel mundo de "leyenda" se fue adentrando en su conciencia "hasta imprimir, como en cera virgen una visión feliz y cruel de la vida".

"Esta doble vertiente, entre la estética y la moral, ha sido el fundamento de toda mi literatura. No he logrado escapar de ella", aseguró el escritor antes de saltar al verano de 1953 y recordar sus vacaciones en el hotel Voramar, de Benicasim, donde Berlanga rodaba la película Novio a la vista y que reflejó en 2008 en su novela León de ojos verdes, aquel verano se enteró también de que la guerra civil "no era" como se la habían contado, gracias a las charlas que mantuvo con "un viejo republicano represaliado".

"Los materiales de mi literatura, casi todos procedentes de un derribo espiritual, estaban ya preparados", aseguró Vicent, quien se detuvo de forma especial en su libro Contra Paraíso, en el que no hilvana recuerdos de su infancia sino que investiga "en las fuentes más puras de la creación". Mientras escribía "Contra Paraíso" se dio cuenta de que estaba tratando con "un material de derribo muy sensible, altamente inflamable" y que requería "una gran sencillez en la escritura". En Contra Paraíso anida también "lo fundamental" de su estética: "debajo de la belleza está la corrupción, debajo de la destrucción renace siempre la belleza".