Tras una fructífera y bien aprovechada mañana en la Biblioteca de La Florida, regresamos a casa con nuestra bolsa de tela de la Mariposa Hormiguera Oscura (la que destinamos al periplo bibliotecario) llena de novedades que devorar en casa. Ya conté en este espacio que nos salen los préstamos por las orejas, lo cual nos obliga a un ejercicio familiar de organización y atención a las fechas de devolución, que suele convertirse en malabares para tener las txartelas limpias de penalizaciones. Sarna con gusto…En esta ocasión, Lucky Luke ha tenido gran éxito y nos llevamos al hogar varios ejemplares, incluyendo un tomo recopilatorio. Esperamos en la parada leyendo, nos montamos en el tranvía leyendo (y manteniendo el equilibrio) y, al cabo de dos paradas, conseguimos un par de asientos libres para continuar leyendo. Yo también me llevo a la mesilla una novela con bien de sangre y de asesinos en serie para despejarme de la rutina diaria, porque todas tenemos una cara B y la mía tiene forma de psicópata, qué le voy a hacer. El caso es que a la altura del Palacio Europa observo que hay una mujer de mediana edad que no nos quita ojo. Al principio, pienso que igual nos conocemos y que ahora mismo no caigo, porque no deja de sonreirme. Yo le devuelvo el gesto con cortesía y es entonces cuando se anima a hablarme. “Qué maravilla”, me dice. Y, hombre, pues es verdad que mis criaturas son la octava maravilla, pero de eso nos regocijamos en la intimidad de nuestra casa, como orgullosas progenitoras. La mujer continúa: “Ya no se les ve así, están todo el día con los puñeteros móviles”. Y entonces, lo entiendo: a la señora lo que le emociona es ver a dos txikis enfrascadas en sendos libros. Cuando se baja en su parada, les susurra: “Muy bien, seguid así”. Mis hijas me miran sin entender ni papa con cara de cuadro de Picasso. Y yo les sonrío. Y me inflo como una pava.
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