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Mamitis crónica

Elena Zudaire

Kontua

En mitad de la hora del drama, esto es, justo antes de meternos a la cama (neuronas bajo mínimo, batería agotada, energía inexistente), una de mis hijas rompe a llorar porque, dice, no-sé-quién soltó en el jantoki que nos acecha una tercera guerra mundial. Yo esto ya me lo veía venir porque, ciertamente (y si levantamos un poco la vista de nuestro ombligo), la cosa está que arde.

Al parecer, la susodicha criatura se explayó en un discurso defensivo-preventivo entre cucharada y cucharada de lentejas ante, me imagino yo, los ojos atónitos de sus compañeritas. Que si van a venir a invadirnos, que si no vamos a poder comprar comida, que si los aitas van a tener que entrar en el ejército… (Des)Información, toda ella, que soltada así, de sopetón y sin filtro interpretativo, a cualquiera, grande o pequeño, le hubiera dejado temblando y fuera de juego. Muchos me critican que, siendo periodista, no mantenga a mis hijas más informadas sobre la cruda realidad.

Sin embargo, precisamente porque soy periodista, y porque sé que hoy en día es difícil encontrar buenas fuentes de información, rigurosas y contextualizadas, en nuestra casa no vemos informativos ni escuchamos las noticias delante de nuestras hijas. Y esto no significa que no hablemos con ellas de lo que sucede en el mundo, pero lo hacemos con charlas adaptadas a su edad. De nada les sirve ver un cuerpo desmembrado, o escuchar que tenemos que hacer acopio de alimentos, o sepultarse en noticias sobre la Bolsa, que ellas (y me apuesto a que casi nadie) no entienden. Porque la cultura del miedo es muy poderosa y ya nos tiene cogidas por el pescuezo. Así que seguimos apostando por el optimismo que, aunque parezca inocente, tiene el poder de prepararte mejor para lo que venga, sea lo que sea, si es que viene. Mientras tanto, seguiremos haciendo frente a quienes carecen de filtro y tacto con la infancia y con el mundo.