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Mamitis crónica

Elena Zudaire

Liburutegian

animada insistentemente por mi amado (quien ya visualiza nuestra casa como la biblioteca de una mansión decimonónica embutida en un piso de VPO y quien por ello teme que debamos mudarnos cuando tapas, hojas y lomos nos sepulten), en vez de adquirirlos, he comenzado a utilizar el servicio de préstamo de libros que tan bien funciona en nuestra ciudad.

Sé que mi costumbre de compra suena asquerosamente elitista y capitalista, pero reconozco tener una obsesión inicial por acumular libros que sean míos y sólo míos, aunque luego sea igual de generosa a la hora de prestarlos o donarlos.

El caso es que mi santo se ha puesto serio y hemos acordado que sólo los adquiriré si realmente me encantan pero que, de primeras, los cogeré prestados de las muchas bibliotecas que tenemos a mano. Y confieso que me he visto inmersa en un mundo hasta ahora sólo conocido en el ámbito de los libros infantiles; mis hijas tienen ejemplares de cuatro bibliotecas distintas que visitamos todas las semanas, una costumbre gustosa e ineludible que pensamos exprimir tanto como retrasar la llegada de su primer teléfono móvil.

El descubrimiento, para mí, no sólo llega acompañado de tener a mi disposición todas aquellas novelas que quise leer en su momento y no pude, de lidiar con ese punto de ansiedad por ser la primera en coger prestada una novedad o de probar a leer cosas que nunca hubiera comprado y llevarme gratas sorpresas o decepciones, estás últimas con la ventaja de sufrirlas sin pesar, al no haber invertido dinero en una obra infumable.

También este nuevo hábito viene de la mano de dar rienda suelta a mi imaginación sobre las historias de quienes ha tenido en sus manos ese ejemplar antes que yo, cuando me encuentro entre sus hojas un ticket de una comida quizá importante para mí predecesora o anotaciones a lápiz que pretenden facilitarnos la lectura a mí y a quienes vengan después…