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Frente al torbellino, frialdad

Estamos padeciendo toda una estrategia: se llama abrumación psicológica. Nos golpean día sí, y otro también, con sobredosis de retórica desconcertante y políticas erráticas de todo tipo. El fin último es determinar la naturaleza del guion, distraernos, desorientarnos, normalizar lo absurdo, todo ello mientras se busca la inestabilidad y se consolida el control de los malos guionistas.

El caso es que cuando nos meten –si les dejamos, claro– en ese estrés, nuestro primer instinto como humanos, es el pánico. Sentimos que nos han acorralado y no sabemos qué hacer. Nos obsesiona lo peor que puede ocurrir, y luego, cuando intentamos tomar una decisión, el miedo o la preocupación nos nublan la mente. Eso hace que quienes se dejen llevar por las emociones entren en espirales ideológicas de confrontación que la historia ha revelado repetidamente como estériles. Suelen ser esas las reacciones que precisamente desea quien crea esa abrumación psicológica inicial.

Hay una salida, pero consiste en dominar las emociones, ser aún más fríos y calculadores que quienes inician el torbellino, no entrar en pánico ni alimentar movimientos igualmente estridentes. El antídoto –como afirmaba Francesca Albanese en redes sociales– está en el mismo sistema que buscan desmantelar. Por eso creo que debemos consolidar el movimiento de los derechos humanos en todos los ámbitos. Todas las víctimas sin excepción tienen derecho a verdad, justicia y reparación, sean quienes sean los perpetradores. Aquí y donde sea. Y debemos seguir impertérritos en nuestro trabajo por otros derechos, desde la igualdad de derechos entre mujeres y hombres hasta el medio ambiente, pasando por muchas más cosas. Tal es la esencia de los derechos humanos.

Sólo así podemos pensar objetivamente sobre la mejor manera de proceder y, con método, tomar mejores decisiones centradas en los derechos humanos que cuando predominan las emociones. Tras la fase más oscura de la noche, llega el amanecer.

@Krakenberger