En cuanto supe que la copresentadora de las campanadas de RTVE había mostrado a cámara un tosco montaje de la vaca del Grand Prix figurando como una estampita del Sagrado Corazón, tuve claro que Hazte Oír y los llamados Abogados Cristianos se lanzarían de cabeza al juzgado a presentar una denuncia. Y algo me dice que la autora de la pretendida broma también era consciente de que ocurriría exactamente eso y que, en las horas previas, tendríamos la fachosfera en llamas. Es una coreografía, desgraciadamente, repetida hasta la náusea, en la que los extremos funcionan como una sociedad de socorro mutuo. Los unos sin los otros no son nada. Por eso se retroalimentan en bucle y nos dejan a los infelices que preferimos elegir las ruedas de molino con las que comulgar en tierra de nadie, etiquetados como tibios equidistantes. En realidad, ojalá fuera solo eso. Tirios y troyanos nos incluyen en el saco de los adversarios sin posibilidad de réplica. El que no está con ellos mostrando una adhesión inquebrantable y sin matices está contra ellos y, en consecuencia, merece el linchamiento inmisericorde que se aplica al enemigo. Menos mal que, a fuerza de décadas viviendo empotrado entre los monopolistas de la verdad, tanto de acá como de acullá, uno desarrolla las conchas mentales de un galápago y ya no pierde más tiempo del necesario echando margaritas a los cerdos. Así que, sea. Me calzo esa armadura cada vez más holgada para contar que, en este caso, me llama la atención que una persona como la cómica Lalachus, que sabe lo que es recibir insultos y desprecios de abusones, se deje llevar por el ventajismo de tener millones de ojos y oídos pendientes de ella para lanzar un chiste prescindible que, además, no haría respecto a otra creencia religiosa. Pero, como ya digo, es el signo de estos tiempos: tirarse los trastos a la cabeza con una inquina oceánica, pasando sucesivamente de ofendido a ofensor y viceversa. Por supuesto, teniendo siempre razón.