Síguenos en redes sociales:

Regalo inmaterial

Esta última columna del año quiere ser un regalo navideño. Un gesto simbólico que podría haber salido del saco de Santa Claus o del cesto de Olen-tzero. No es material, no es un objeto que ocupe una estantería ni tiene envoltorio que abrir. Es una reflexión lanzada al aire, dirigida a quienes toman decisiones desde los poderes públicos o privados.

Este mensaje lanza un envite claro: “Dejad de pensar en la cultura solo como un generador de beneficios económicos”. Los sectores culturales representan un 3,2% del PIB de España, generan empleo, atraen turismo y activan economías locales. Pero reducir la cultura a números significa perder lo esencial. El gran poder de la cultura no es generar dinero.

La cultura es el alma de cualquier sociedad. Es el hilo que conecta generaciones, que enseña a pensar, sentir y entender. Es un espacio donde la complejidad se entrelaza y la diversidad se comprende. Sin cultura, una sociedad no solo deja de avanzar; retrocede hacia la incultura, hacia una ausencia de espíritu crítico que allana el camino al pensamiento simplista.

Como recordaba Nelson Mandela: “La educación y la cultura son las armas más poderosas para cambiar el mundo”. El pensamiento simplista, carente de matices y profundidad, alimenta muchas de las tensiones actuales. La confrontación, el odio y los discursos polarizados prosperan donde no hay cultura. Porque la cultura enseña a escuchar, cuestionar y dialogar. Ofrece herramientas para interpretar el mundo más allá de los eslóganes y las consignas. Sin ella, el ruido sustituye a la palabra y el prejuicio a la comprensión.

La cultura no es un lujo ni un capricho relegable en tiempos de crisis. Es una necesidad básica, como la educación o la sanidad. Es una inversión en la capacidad de una sociedad para afrontar los desafíos con imaginación, solidaridad y empatía. En un mundo acelerado, marcado por la tecnología y los cambios constantes, la cultura da perspectiva y anclaje. Recuerda de dónde venimos y ayuda a imaginar a dónde ir. En palabras de Winston Churchill, cuando se le sugería recortar fondos culturales durante la Segunda Guerra Mundial: “¿Entonces para qué estamos luchando?”.

Olentzero, Papá Noel, Santa Claus, los Reyes Magos o quienquiera que entregue este mensaje espera que quienes lo reciban lo hagan con compromiso. Que entiendan que la cultura no debe justificarse solo por los beneficios que genera, sino por la vida que transforma. Cada recorte a un presupuesto cultural o la minimización de un proyecto artístico resta algo vital a la sociedad.

El deseo para el nuevo año es claro: que la cultura deje de ser una pieza aislada, un adorno o una cifra en un balance. Que vuelva a ser vista como lo que es: un derecho, una necesidad y un acto de resistencia contra la ignorancia. Que quienes tienen poder para decidir la cuiden y la entiendan como el regalo más valioso para la sociedad y las generaciones presentes y futuras.