En estos días cercanos a la Navidad, una época asociada al consumo y la abundancia, resulta necesario reflexionar sobre su contracara: la pobreza. Mientras unos celebran en torno a la opulencia, otros enfrentan las desigualdades y carencias que estructuran nuestro mundo.
La pobreza ha sido siempre un tema recurrente que ha captado la atención de numerosos artistas, quienes han reflejado desigualdades sociales, exclusión y luchas cotidianas. En la época medieval, se vinculaba, obviamente, a narrativas religiosas. Giotto di Bondone, por ejemplo, retrataba la pobreza en sus frescos sobre la vida de San Francisco de Asís, exaltando esta condición como virtud espiritual.
Durante el Barroco, Caravaggio abordó la pobreza con un enfoque más crudo, humanizando a las clases bajas y alejándose de idealizaciones religiosas. En el siglo XIX, el realismo y el naturalismo impulsaron representaciones directas de las condiciones sociales. Gustave Courbet, en Los picapedreros, y Vincent van Gogh, en Los comedores de patatas, mostraron la dureza de la vida rural.
En el siglo XX, nuevos enfoques documentaron la pobreza desde perspectivas sociales y políticas. Durante la Gran Depresión, Dorothea Lange capturó su impacto en la fotografía Madre migrante. Por su parte, Diego Rivera denunció la explotación laboral y destacó la resistencia de los trabajadores en sus murales. En el arte contemporáneo, Santiago Sierra ha criticado la precariedad y la alienación económica en performances como pagar a trabajadores para tatuarse una línea negra.
Actualmente, en el centro cultural Montehermoso, la exposición Pobreza estructural presenta obras de ocho artistas locales que exploran las dinámicas que perpetúan esta problemática global. Estas miradas diversas invitan al público a reflexionar y debatir sobre los entramados de la pobreza estructural.
Ariana RAC da forma a las tensiones de la especulación urbanística, revelando cómo limita el acceso a la vivienda, mientras Itxaso Díaz denuncia las restricciones al aborto mediante un trabajo audiovisual. Itzal García critica la moda rápida adoptando una postura performativa. Gezus Ramírez, desde su experiencia como migrante, presenta una amalgama de carteles, vídeos y fotografías que denuncian la precariedad laboral que enfrentan quienes se ven obligados a desplazarse.
Lucía Jayo nos sitúa frente al telón de fondo de la pobreza con una instalación en la que pantalones vaqueros sostienen un photocall celeste. Txaro Arrazola examina cómo el capitalismo y el cambio climático agravan las desigualdades desde una perspectiva de género. Zaloa Ipiña utiliza un mapa agrícola para destacar derechos esenciales, y Zirika propone un árbol suspendido como símbolo de la transición del individualismo a la colectividad solidaria.
En última instancia, la exposición no solo refleja las desigualdades de nuestro tiempo, sino que nos recuerda la necesidad de actuar colectivamente para transformar las estructuras que perpetúan la pobreza.