La infancia tiene el don de ponerte en aprietos a veces irresolubles pese a tu experiencia. Tiene la capacidad de hacernos dudar sobre aquello que, como adultas, creíamos tener claro o reflexionar sobre lo que habíamos asumido tal cual. Porque las txikis siempre están haciendo preguntas, desde muy pequeñas, para ubicarse en este mundo. Y, en su inocencia, piensan que nosotras lo sabemos todo. Hace una semana se celebró el día de lucha contra la violencia que sufrimos las mujeres. Y una de mis peques, de camino a la ikastola, me preguntó por qué. Me tomé unos segundos para responderle, es una pregunta complicada de par de mañana. Esos segundos me ubicaron frente a esta necesidad que tenemos en nuestra sociedad supuestamente tan avanzada de tener que reivindicar el fin de una realidad: que todos los días muchas mujeres y niñas sufren agresiones o incluso mueren simplemente por ser lo que son. ¿Debería advertir a mi hija de que es susceptible de entrar un día en esa espantosa estadística? ¿Qué contestarle cuando, sin entender nada, me pregunta: “¿Y qué les hacen a las chicas?”. ¿Cómo explicar lo inexplicable cuando me pregunta: “¿Y esos chicos, por qué hacen esas cosas?”. Sobre todo, qué contestarle cuando me pregunta: “¿Y a mí, ama, me va a pasar alguna vez algo malo por ser chica?”. Es complejo enfrentar a nuestras hijas al terror y después intentar explicarles que hay muchas cosas que han cambiado y que lo siguen haciendo. Es peliagudo intentar que no vivan con miedo, sintiéndose víctimas perpetuas. Es difícil que no confundan los mensajes de igualdad con los de odio. Es complicado enseñarles a poner límites adecuados y no distorsionados. Quiero creer que lo que ven en su casa es un buen ejemplo de que un cambio de mentalidad real es posible. Las leyes, aunque necesarias para proteger a las víctimas, no acabarán con la violencia de género. Lo haremos nosotras.
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