Estaba en el balcón con un aperitivo cuando, de repente, aparece ama que viene con aita. Me llevo una alegría y, tras ponernos al día, me preguntan, mirando mi vino, por mi salud. Estupenda, les digo, hago ejercicio y de cuando en vez me debato entre durar más o buscar momentos de felicidad. Ama sonríe, aita tuerce el bigote y me pregunta qué tal con los médicos y les explico que siempre me han atendido bien en Osakidetza, aunque últimamente he notado empeoramiento. Les aclaro que no es grave, que desde el infarto me revisan cada semestre y que los tres primeros fueron como relojes, tras cada cual me daban la siguiente cita, hasta que en la tercera me dijeron que ya no citaban, que llamaban, y hasta ahora, que han pasado diez meses. Les cuento que hace dos meses llamé para recordárselo y quien cogió el teléfono me comentó que, efectivamente, estaba pendiente, lo que me alivió, no estaba desaparecido, hasta que añadió que pusiera una vela para ver si recibía la llamada. Ante las caras que me ponen les tranquilizo con que debe ser algo puntual en cardiología porque, por ejemplo, he ido un par de veces para temas menores al centro de salud y este, con lo que hablan de esperas, estaba vacío.
Luego les hablo del grupo de trabajo que está desarrollando un pacto para mejorar Osakidetza y hacerlo más eficiente, siendo especialmente los mandos de Salud y Osakidetza quienes están muy empeñados en hacerlo y estoy seguro de que lo conseguirán. Aita, que está muy callado, nos cuenta que a veces sigue la vida parlamentaria y que ha visto que a una pregunta sobre la falta de atención en Bizkaia en verano, el Gobierno ha explicado que era un problema de personal, que en las ambulancias de la zona faltaban 35 personas entre vacaciones, excedencias y permisos de maternidad, y que de baja laboral había 130. Ama hace un gesto de desagrado sin llegar a completarlo y dice: los gestores tendrán que cambiar, pero los trabajadores, tanto directos como indirectos, tendrán que pensárselo.