Debaten los científicos si estamos, en la era geológica del antropoceno, cuándo comenzó y lo que durará. El término se lo atribuyen al Nobel de química Paul Crutzen, que lo identificó como el período histórico en el que el ser humano ha empezado a modificar su entorno ambiental. A mí me preocupa más cuánto va a durar el democraceno, que es algo que se me acaba de ocurrir y que alude al período histórico de las democracias como forma de organización de las sociedades. Y lo veo chungo, la verdad.
Ya sé que sobran apocalípticos, pero veo que la duración de los imperios modernos es cada vez menor y me temo que las democracias están tan perforadas por el populismo que no sabe uno si es peor una muerte lenta y dolorosa de los principios de convivencia en igualdad, el reconocimiento de los derechos y libertades del ser humano y del sentido fraternal de la convivencia o un cataclismo rápido y radical que ahorre sufrimientos.
Admito que lo de Donald Trump tiene su peso en este desánimo, pero no solo. Al próximo presidente de los EEUU le ha amnistiado, por acción u omisión de voto, una ciudadanía a la que no le preocupa que sea un delincuente condenado, xenófobo, misógino y cazado en mil mentiras. Para alejarse del Partido Demócrata, que ven como élite intelectual pagada de sí misma, se han entregado a una secta de milmillonarios, fervientes autócratas, con la esperanza de que algo se les caerá de las manos. Sí, bofetones.
A la vista de que llevamos ochenta años importando cualquier éxito que procede de la tierra de los libres y el hogar de los valientes –así termina el himno estadounidense–, el populismo ultraderechista se frota las manos en el resto del mundo. Los Bolsonaro, Milei, Putin, Netanyahu, Meloni, Le Pen, Wilders, Orban, Alvise, Abascal –pero también los feijóos dispuestos a auparse a base de confrontación– tienen muy claro que la democracia solo es el medio más útil ahora mismo para alcanzar el poder y siempre habrá tiempo de desnaturalizarla luego. Al fondo de la cancha, el populismo de izquierda se atrinchera sin soluciones, con idéntica esperanza de hacer lo suyo entre los restos del naufragio.