Grandes dramas del primer mundo. La presidenta de la Comunidad de Madrid anuncia, con cara de niña morrona y el clásico destello de malota en el ojo derecho, que no visitará al presidente del Gobierno español. Y exactamente hasta ahí debería haber llegado la presunta noticia, que ya tenemos titulares morralleros para dar y tomar. Pero qué va. Hay que ordeñar la vaca pseudoinformativa en la alquería de la actualidad de chicha y nabo. De saque, los plumillas salen a la caza de portavoces de la bandería supuestamente agraviada por el plantón, quienes, en línea con la mediocridad del libreto, sobreactúan en sus reacciones. Que si es un ataque institucional del nueve largo, que si es una provocación, que si bla, bla y requeteblá. Eso mismo va a las columnas y los editoriales de los medios afines, que convierten la chiquillada en no sé qué quiebra de lo más sagrado, lo que, en realidad solo sirve para alimentar el ego de por sí desmedido de la doña y, de propina, su leyenda de castigadora de wokes de pitiminí. Rizando el rizo de la hipocresía falsaria, la mayoría de esos lamentos profundos son tan fingidos como el famoso orgasmo de Meg Ryan en Cuando Harry encontró a Sally, solo que en cutre e inverosímil. Canta a la legua que se escribe o habla sobre Ayuso porque es una tema fácil para apañar una tertulia o una columna, se lo digo yo que algo sé de las trampas de este oficio de tinieblas. Por eso mismo sé también que, en la viceversa, los opinateros de la diestra se afanan en la glosa laudatoria de su adorada lideresa que es la única que hace morder el polvo a la caterva socialcomunista, según la terminología ultramontana al uso. Para que no falte de nada, los sesudos analistos [no es errata] nos entregamos al onanismo mental a granel y difundimos la especie de que, en realidad, el desaire de Ayuso es una bofetada a Sánchez que al que le haría saltar las gafas si no se las hubiera quitado es a su próxima víctima, el atribulado Alberto Núñez Feijóo. Y así vamos pasando el rato.