El mejor antídoto frente a la deriva totalitaria que “perfuma” la cloaca madrileña es propiciar que quienes aplaudieron el abuso de poder que ahora padecen rechacen para siempre esta forma de hacer. El caso Atutxa fue un paradigma de lawfare perpetrado al abrigo de un “a por ellos” jaleado también por partidos, medios e instituciones que son hoy víctimas de esta práctica. La hoja de ruta de “patriotas” empeñados en imponer conceptos de patria, pluralidad y democracia que, en su opinión, legitiman cualquier desafuero. Así, quien puede hacer hace, incluso el ridículo. Adjetivo irrelevante cuando el mango de la sartén que fortalece el arsenal de estas gentes otorga rango de ley a las decisiones más aberrantes.
Buen momento para asumir que alimentar la nostalgia que anima algunas altas magistraturas del Estado es un error. Mal momento para capear un caso de corrupción, con todos los ingredientes de la España cañí, que amenaza algo más que la sonrisa del presidente handsome. Parapetarse en el “y tú, más”, recitando la patética letanía de antecedentes penales de los unos y los otros es el peor error. Dinamita el prestigio del sistema, objetivo final de la trama.
En ese ambiente irrespirable me quedo con Aitor Esteban y su dedicación a lo que importa. Con su preciso retrato en el Congreso de los pies de barro de la Ley de Vivienda que contribuyó a alumbrar, entre albricias, la autodenominada izquierda patriótica, ahora también pactista (I.P.P.). Esteban proponía, además, medidas realistas y concretas para animar la oferta, el verdadero quid de la cuestión. Acabarán, para bien, en el B.O.E. Una aportación invisible para los cronistas que, desde uno y otro bando, jalean la pelea en el lodazal. Didáctico.