Prestidigitador insaciable. Hay oxígeno para los Presupuestos. Y se daban por desahuciados. Justo cuando el PP jaleaba alborozado el descarrilamiento de la senda del déficit va Pedro Sánchez y les aniquila la algarabía, que compartían con esos medios y tertulianos ciegos por celebrar cualquier revolcón del gobierno. “Que pidan”, le vino a recomendar el presidente al general de Ferraz, Santos Cerdán, a modo de señuelo para que Junts bajara siquiera unos metros de la cima del monte por la que transita en su duelo por Illa. Puigdemont entendió el cebo. Es ya una costumbre entre pícaros. Ante la debilidad y el precipicio, claudicación. Y es así como el equilibrista de La Moncloa urde su golpe definitivo: la aprobación de las Cuentas daría jaque mate al pataleo de Feijóo para el resto de la legislatura. Pero hay mucho partido por jugar.

Con la manta de Suiza para aplacar los nervios de Waterloo, el PSOE corre, a cambio, el fundado riesgo de airar a ERC, su socio catalán más fiable. El descarado por determinante servilismo hacia Junts ningunea, como primera derivada, la capacidad de conquista de su acérrimo rival en las negociaciones. Nada como repasar el demoledor duelo verbal parlamentario entre sus respectivos portavoces a propósito de la financiación singular. En esta bronca ya no hay floretes entre antiguos socios. A degüello.

Mientras corran ríos de tinta detallando el calado de las exigencias de Puigdemont y se visualiza el trato reverencial de los socialistas, Rufián no podrá sacudirse ese mantra tan extendido de que apoyan a Sánchez por cuatro guiños. Con el mismo paño es imposible tapar a dos que se encuentran uno enfrente del otro. Tampoco supone un problema en la estratagema del presidente. En el caso de verse obligado a elegir, las preferencias siempre serían para Junts. Hasta entonces, incluso la oposición empieza a sospechar que hasta puede haber Presupuestos. Desde luego, se ha reabierto la caja de las sorpresas.

Al enfatizar sus exigencias, siempre preñadas de un inevitable olor a su futuro judicial, Puigdemont recobra su papel estelar en el escenario. Al hacerlo, asume que ni siquiera un hipotético rechazo a los Presupuestos horadaría la resiliencia de Sánchez. Además, como castigo, en ese momento cavaría su suerte. Por eso le interesa apretar la goma sin llegar a la asfixia. En esa tesitura, tampoco resulta descabellado imaginar que, si secundara el proyecto de ley de ingresos y gastos en otro abrazo de la necesidad virtud, concedería tal éxito al presidente que hasta pondría en riesgo sus propias reclamaciones pendientes ya que dispondría de un poder tan omnímodo y ensoberbecido que no necesitaría nadie a su alrededor. En ese contexto aventurado, la legislatura quedaría reducida a su única voluntad. Feijóo entraría, entonces, en depresión. Sin romper amarras, la mesa de Suiza ha decidido jugar a favor del tiempo, porque favorece a todos. Nada más recurrente y democrático que esperar a la suerte de los congresos de Junts y ERC antes de emprender la batalla definitiva. Un margen suficiente para que la vicepresidenta Montero siga echando sal al debate. Una oportunidad paulatina para ir descubriendo que el polémico acuerdo económico de Catalunya parece sencillamente un auténtico auto de fe. Quizá el método más idóneo para seguir sacando conejos de la chistera cada vez que hagan falta con una mayoría de investidura cada día más cogida con alfileres.

En la derecha matan el tiempo suspirando únicamente por las derrotas en el Congreso que lleven a Sánchez al abandono por imposible. No hay otro plan alternativo que el acoso y derribo acumulado por el poder autonómico sobre el que asientan sus embestidas. Lo creen posible a medio plazo, jaleados por los hooligans entusiastas, porque le acechan los reveses judiciales en su entorno familiar. También por el rechazo que le acarrearán las cesiones que entregará al doblegarse ante Puigdemont. En cambio, no quieren reconocer el calado social que encierra la indiscutible mejoría económica, las previsiones comúnmente aceptadas al alza y el papel de líder internacional de un presidente crecido en la vanidad más allá de la patalea mexicana que se ahoga en medio vaso de agua. Para Feijóo y Abascal les queda el alivio electoral de conocer que se ha pinchado gran parte de ese globo sociológico llamado Alvise que les inquieta y que queda reducido a simple bufón corrupto.