contar la ciencia al público exige a veces mirar todo del revés. En el Planetario tuvimos a una niña que caminaba al revés y ello le permitía solucionar problemas creados por la necedad humana. Era una licencia poética, no menos que acercarnos al comienzo de la historia del universo, el Big Bang. Otra vez quisimos que un ser de la noche, un centenario vampiro, nos transmitiera la belleza de la Luna. Incluso un jardinero nos enseñó a comprender nuestra galaxia y la fragilidad de la vida en este planeta. Personajes que fueron poblando la cúpula estrellada y contando a veces complejos conceptos científicos. Si han pasado alguna vez por un planetario seguro que han encontrado que al revés la ciencia más antigua sigue emocionando.

Escribo esto porque este fin de semana, en las conferencias NAUKAS Bilbao, he visto a gente de toda condición trayendo muchas historias con personajes sorprendentes que nos muestran un mundo desafiante, donde la ciencia puede arrojar algo de luz. Un año más, y son ya 14, he disfrutado con otros miles de personas de esa magia que permite ver todo al revés de lo cotidiano.

Y digo esto sobre todo porque el viernes pasado dejó el Planetario el artista que hizo posible que viviéramos con niñas pizpiretas, jardineros soñadores, robots curiosos y vampiros vegetarianos, además de constelaciones y estrellas rutilantes. Después de estar un cuarto de siglo trabajando aquí se va porque ya no vamos a contar más historias como estas.

Cuando vas cumpliendo años, te encuentras a veces con que hay gente que decide que la experiencia de los orfebres de historias no vale tanto como para seguir al revés mirando el mundo. Una pena en mi modesta opinión, aunque tomo nota y voy a ir preparando el remojo. En cualquier caso que te vaya muy bien, amigo Raúl.