El recientemente fallecido Premio Nobel de Economía Daniel Kahneman siempre comentaba que nuestro “yo” tiene dos aristas. Una es la que tiene las vivencias, el “yo que experimenta”. Otro es el que toma las decisiones, el “yo que recuerda”. ¿Cuál de los dos “yo” tiene una mayor incidencia en nuestra vida cotidiana? El segundo se lleva todo el pastel. La evidencia científica lo confirma de manera abrumadora. En consecuencia, el uso y formación adecuada de nuestra memoria es fundamental para nuestro bienestar presente y para las decisiones que tomemos en el futuro.

Recuerdos

Está claro: tener un mínimo control sobre nuestros recuerdos nos permite sentirnos mejor hoy sabiendo que, además, eso proporcionará lucidez y determinación para decidir mañana. Ahora bien, debemos tener cuatro aspectos previos en cuenta.

Uno: el indiscriminado uso de las pantallas y los buscadores está destruyendo la capacidad memorística de las personas. Existe un mito que dice: “¿para qué aprenderlo si está en el móvil?”. Si la información que tenemos en nuestro cerebro es cada vez menor, desaprovechamos nuestro potencial, hundimos nuestra creatividad y, lo peor de todo: nos estamos volviendo avatares que se dedican a repetir lo que aparecen en las cámaras de eco que forman las redes sociales y las noticias que recibimos filtradas según nuestras preferencias. Todo ello incide de forma directa en los problemas de salud mental que tanto están afectando a nuestra sociedad.

Dos: la tendencia a quedarnos sólo con los titulares es perversa, ya que no conocimos la razón oculta de los sucesos y, además, pasado un tiempo todo ello se olvidará. El ejemplo claro es el eterno conflicto entre Israel y Palestina (y con gran parte del mundo árabe). Muchos corresponsales de guerra inciden siempre en que no se debe plantear la habitual dicotomía entre buenos y malos; lo normal es que existan zonas grises en ambos lados y que existan intereses creados, ocultos y espurios (que no nos cuentan) a partir de los cuales merece la pena que el conflicto perdure. La única manera de asentar el conocimiento sobre este tipo de asuntos es informarse con más profundidad, cosa que no hacemos ya que nos supone esfuerzo.

Tres: la obsesión por sacar fotos sobre los lugares a los que acudimos para después “tirarnos el rollo” con los amigos también impide solidificar la experiencia vivida en el “yo que recuerda”.

Cuatro: la canción “Rusia bajo el yugo mongol”, compuesta por Serguéi Prokófiev y banda sonora de la película Alexander Nevsky, está catalogada como deprimente. Por esa razón se ha empleado en estudios sobre la depresión clínica, de manera que escucharla proporciona el contexto adecuado para rememorar los momentos de su vida en los que nos sentimos tristes. Sí: existen técnicas que permiten alimentar unos recuerdos y suprimir otros. En especial, los pensamientos obsesivos.

Como ejemplo, se puede proponer un método basado en el funcionamiento de los hemisferios cerebrales. Lo recomienda Luis Castellanos en su libro “La ciencia del de lenguaje positivo. Cómo nos cambian las palabras que elegimos”. Antes de dormir, nos tumbamos boca arriba y visualizamos durante treinta segundos en la mente una gran imagen a color asociada a emociones positivas llevándola al hemisferio derecho, responsable de las asociaciones emocionales. Después visualizamos también durante treinta segundos una pequeña imagen en blanco y negro de lo que nos perturba y la llevamos al hemisferio izquierdo, responsable de disociar nuestras experiencias vitales. La idea es repetir el proceso durante 21 noches consecutivas (se estima que necesitamos 21 días para adquirir un hábito sencillo y 62 para los casos más complejos) para que así la estructura del recuerdo quede completamente solidificada.

Sin embargo, las cosas no son tan fáciles. Un método específico puede no ser válido para muchas personas. Se trata de buscar en cada caso lo más adecuado. Es recomendable explorar patrones indirectos que permitan buscar individualmente el procedimiento ideal para cada cual. Volvamos a Kahneman y a los relatos. En un mundo saturado de información en el que “el relato mata al dato” podemos observar que existe una historia por encima de todas las demás: la de nuestra propia vida. Deseamos que merezca la pena, y que merezca la pena de verdad. En este caso, es útil también conocer nuestros arrepentimientos: en los hombres, “haber pasado demasiado tiempo en el trabajo y poco conectado con los seres queridos” y en las mujeres, “haber pasado demasiado tiempo preocupándose por lo que pensaran otras personas en lugar de vivir con plena autenticidad”. ¿Entonces? Usemos expresiones, palabras y frases positivas para nuestra propia historia siendo indulgentes con los errores cometidos en el pasado.

Charan Ranganath es un científico de referencia en el campo de la memoria. Recomienda, para crear un recuerdo que podamos ubicar para más adelante, utilizar la intención para guiar la atención a fijarse en algo específico. l

Economía de la Conducta. UNED de Tudela.