Más del 20% de la población mundial pasaba hambre en el mundo en 1990. Todavía éramos menos de 5.500 millones y más de mil millones sufría de hambre y desnutrición. Desde entonces, primero con el seguimiento de los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM, desde el 2000 al 2015) y luego con los actuales Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS, del 2015 al 2030), hemos ido midiendo la evolución de estos datos.
La comunidad internacional consiguió reducir el hambre a más de la mitad en porcentaje, lo que teniendo en cuenta que la población crecía, tuvo un gran valor. En 2013 llegamos a un porcentaje inferior al 8%. Y sin embargo desde entonces esta disminución se frenó y estuvimos desde 2013 a 2019 sin bajar de del 7%. Algo pasó en 2020 que derivó en un aumento del hambre. La crisis del COVID explicaba que volviéramos en los siguientes años (2020-2021) al 9%. Pero el hecho es que hemos dejado la crisis de la pandemia atrás y aún así desde entonces estamos estancados en ese 9%.
Estos días la ONU ha presentado su informe El estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo 2024 que revela que alrededor de 733 millones de personas pasaron hambre en 2023. En términos porcentuales, ese 9% nos devuelve a los datos de 2009: ¡Hemos retrocedido 15 años en la lucha contra el hambre!
Las causas de este estancamiento son múltiples. La explicación de la pandemia ya no nos sirve. El informe de la ONU explora otras razones. La primera es el grave, creciente y multidimensional impacto del Cambio Climático sobre la producción alimentaria y los movimientos migratorios. Otro motivo que considerar es el impacto sobre el comercio y los precios de granos y fertilizantes provocados por la agresión de Rusia contra Ucrania, así como el desprecio del derecho internacional humanitario en conflictos como el de Gaza.
Este informe ha coincidido con la presentación de otro, en este caso del Programa de la ONU para el Medio Ambiente (PNUMA), titulado Navegando nuevos horizontes: previsión mundial sobre la salud planetaria y el bienestar humano. Este estudio presenta los cambios que están acelerando las crisis del cambio climático, la pérdida de biodiversidad, y la contaminación. De forma muy significativa su primer punto nos habla de una “policrisis”, es decir, de la interactuación de varios fenómenos, no necesariamente nuevos muchos de ellos, pero que se relacionan entre sí con retroalimentaciones progresivamente complejas, poderosas e imprevisibles: la crisis de gobernanza global, la disputa por los recursos naturales, las nuevas formas de conflicto, los desplazamientos forzados y las migraciones masivas, el cambio climático, el declive de la confianza y el debilitamiento de las instituciones, la prevalencia de la desinformación y la creciente multipolaridad mundial. “Todos estos factores conforman una policrisis –concluye el informe– en la que las diferentes crisis mundiales no solo se amplifican y aceleran, sino que parecen estar sincronizándose. Este fenómeno es ya una característica indiscutible de nuestros tiempos”. De la misma forma que todo esto afecta al medio ambiente, este concepto de “policrisis” nos sirve igualmente para analizar los datos antes comentados sobre el hambre en el mundo.
“Está demostrado que la vía más rápida para salir del hambre y la pobreza son las inversiones en agricultura en las zonas rurales. Pero el panorama mundial y financiero se ha vuelto mucho más complejo desde que se adoptaron los Objetivos de Desarrollo Sostenible en 2015. Acabar con el hambre y la malnutrición exige que invirtamos más y de forma más inteligente’’ ha afirmado la ONU en la presentación del informe sobre el hambre. La directora del Programa Mundial de Alimentos remató: “Tenemos las tecnologías y los conocimientos para acabar con la inseguridad alimentaria, pero necesitamos urgentemente los fondos para invertir en ellos a gran escala”.