Últimamente escucho declaraciones y debates en los que siento que la gente solo quiere tener razón. A todas y todos nos gusta tener razón, y es lícito defender nuestra opinión, pero creo que en el debate público sobran personajes sordos, gente que, con tapones en los oídos, parece querer evitar a toda costa que alguien pueda hacer tambalear sus convicciones y parece querer llevar sus opiniones al podio olímpico. Cada vez cansan más estas posturas rígidas, sordas, ciegas, y se agradece cuando alguien da la razón en algo a quien piensa diferente. Una de las razones de que mucha gente se aleje de la política creo que viene de ahí, de asistir cada día a una pelea por tener la razón más que a un debate sincero y constructivo. Por eso, a las y los ciudadanos se nos abren los oídos y atendemos con interés cuando oímos que se ha llegado a un acuerdo en tal tema, que se han aceptado las propuestas de un partido para enriquecer el programa del otro, que quienes piensan muy diferente se sientan a hablar... Reconocer que alguien tiene razón no puede ser considerado una derrota. Realmente es una gran suerte poder enriquecernos con un punto de vista que no habíamos tenido en cuenta hasta ahora. Y creo que cada vez más gente pone atención a quien escucha y deja de atender a la gente que solo quiere tener razón, poniendo en práctica aquella lección que el león da al tigre en la fábula del tigre y el burro. La fábula en la que el burro se pone burro defendiendo que el pasto es azul, mientras el tigre defiende que es verde. Acuden al rey de la selva para aclarar de qué color es y el león le da la razón al burro y castiga al tigre. El tigre, incrédulo, pregunta al león por qué ha defendido que el pasto es azul cuando está claro que es verde. El rey le explica que el castigo nada tiene que ver con el color del pasto, que lo castiga por el hecho de que una criatura tan valiente e inteligente como él pierda el tiempo discutiendo con un burro.