Una de mis hijas es como Terminator. La otra, como Pipi Calzaslargas. Expuestas mis tesis, me explico. La criatura Terminator es metódica y ordenada y, como el súper humanoide, tiene incorporado un escáner visual con el que analiza cerebralmente con tan solo un vistazo todas las posibilidades, buenas, malas e intermedias, que le ofrece una situación concreta. Esto, que podría parecer una gran ventaja, a veces le deja petrificada, con la mirada perdida y sin poder reaccionar. Yo le miro y veo su cabeza borboteando de ideas, posibilidades y misterios y, una vez más, en ella me veo a mí misma. Después tenemos a nuestra otra criatura, que abraza cualquier situación novedosa con los brazos bien abiertos, como la pelirroja de coletas enredadas, para acaparar todas las maravillosas posibilidades que contenga. Siempre ve el lado positivo y eso le sitúa en una posición desde la que el disfrute y la tan de moda resiliencia le otorgan grandes ventajas. Sin embargo, ser así tampoco es fácil en un mundo en el que, desde pequeñas, tenemos que cumplir un estándar, nos sintamos o no cómodas con él. Yo también me veo en ella, a veces me gustaría verme más, pero intuyo que podré echarle un cable cuando haya quien se empeñe en embutirle en un molde como un chorizo. Visualicé todo esto que os cuento el día en que mis hijas comenzaron dos semanas de udalekus en un sitio nuevo, con compañeras nuevas, totalmente fuera de su zona de confort. Al entrar, la una se quedó pegadita a la valla, observando su alrededor para ordenar su cabeza y sus sentimientos. La otra, se colocó en primera fila para recibir esa novedad en toda su magnitud. Y nosotras nos miramos y, sin decir nada, esperamos que todo fuera bien, que lo hará. Porque para una es importante saber que la vida ofrece posibilidades estupendas y, para la otra, que mantener esa actitud le ayudará en los momentos chungos.