L a moda de los peinados ha llegado a mi casa para quedarse una buena temporada. Y yo, mujer de pelo cortísimo y cana empoderada, he tenido que ponerme las pilas para rememorar las virguerías que me hacía en la cabeza cuando mi cabello me llegaba hasta el trasero. Admito que me resulta más fácil, dentro de mis conocimientos básicos, peinar las cabezas de mis hijas que la mía propia, o eso recuerdo. Por suerte, esto me ha pillado en un momento en el que sobran recursos audiovisuales y herramientas varias para dar rienda suelta a nuestra imaginación. Tutoriales, cepillos milagrosos, horquillas fantasía y coleteros multicolor me permiten convertir estos cabellos infantiles en un ramillete de trenzas y moñitos. Es cierto que la apertura de la etapa peluquera nos obliga a madrugar un poco más. Y es ahí donde radica mi triunfo. Tanto que nos costaba ponernos en marcha a diario, ahora es coser y cantar o, mejor dicho, peinar y marcar. Qué maravilla levantarse sin rechistar, a pesar del trabajo que supone inventar un peinado nuevo cada mañana. Qué gusto comenzar el día con tranquilidad y sin estrés, trenzando una melena suave y lisa o unos rizos tan brillantes. Qué satisfacción salir de casa con tiempo, en vez de con el culo pelado y olvidándonos la mochila en el colgador. Para nosotras, la peluquería nos ha aportado ventajas sin fin. Porque, además de haber hecho magia con el horario, resulta que a aquellas que se metían con vosotras por las flores de vuestros pantalones, les habéis dejado sin argumentos. Hay que sentirse muy bien con una misma para verse tan estupenda frente al espejo que los tópicos te resbalen por mucho que te los repitan. Hay que sentirse muy libre para llevar el pelo largo, corto, con moños o sin ellos porque a tí y sólo a tí te gusta la imagen que te devuelve el espejo. Sin duda, a veces, unas trenzas significan mucho más que un peinado.
- Multimedia
- Servicios
- Participación