La campaña del 21-A acaba de empezar para la mitad de los vascos con derecho a voto. Ya sin el sufrimiento gozoso de la Cartuja y del éxtasis de la gabarra, casi un millón de vizcaínos están en condiciones relajantes de escuchar cualquier apelación a su voto de unos candidatos que llevan desgañitándose ocho días. Y de manera especial lo pueden hacer uno de cada dos jóvenes que estrenan su condición de electores y que residen en suelo bizkaino. La devoción social por el Athletic se ha colado con una incuestionable capacidad de influencia a modo de incómodo desvío para deslavazar el interés por la primera semana de unas elecciones autonómicas, casualmente cargadas de expectación. Pero aún queda tiempo suficiente para retomar el pulso a esta siempre frenética carrera, al amparo de las últimas encuestas y de esos debates de mayor proyección mediática, ungidos para remover las conciencias de ese elevado granero de indecisos.

Hasta Madrid han resonado los ecos de la gesta rojiblanca, entremezclándose con la cálida despedida institucional al lehendakari Ardanza. El aplaudido recuerdo a su figura fue, de hecho, el único remanso puntual de paz que se concedieron las dos aguerridas trincheras en el pleno semanal del Congreso. No hay esperanza de tregua alguna. Las embestidas cada vez son más corrosivas. Sirva el dato como referencia: la comparecencia del presidente Sánchez reclamada por la oposición para que diera cuenta de su política internacional acabó travestida en una contienda insufrible sobre las cuitas domésticas de andar por casa: corrupción, amnistía, Puigdemont y, de repente, Venezuela, como si Feijóo supiera algo que, de momento, prefiere guardar para mejor ocasión.

En su permanente hostigamiento al gobierno el PP sigue yendo tan lejos que el PSOE se revuelve para devolverle las bofetadas sin paños calientes. En una de ellas, Patxi López auguró a los populares que van a ser irrelevantes en las inminentes elecciones vascas. Tampoco el líder gallego se sintió zaherido al escuchar tal profecía. Feijóo asume que los resultados de la próxima semana no se saldrán del habitual carril de la insignificancia. La suerte de su futuro está lejos de aquí.

Catalunya acapara toda la atención. El entremés vasco pierde atractivo porque su resultado dejará impasible la política estatal. Más allá de la expectación por la suerte final de las urnas, nadie maneja otra opción de gobierno alternativa a la coalición entre PNV y PSE-EE. Ni siquiera hay preguntas insidiosas entre quienes se revuelven habitualmente en el lodo.

Otra cosa bien distinta son las cábalas a partir del holgado triunfo de Illa, que nadie discute incluso en su magnitud, y la onda expansiva del juego de posibles pactos que asoma envenenado. Un jeroglífico que hasta puede volver a la casilla de salida con la repetición de elecciones. Tampoco sería una mala solución para que Sánchez y así alargar su ventilación asistida. l