Escribo este artículo en réplica a las alusiones que Iñaki Perurena hizo a mi padre, Jaime del Burgo, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, en su artículo Adiós, Navarra, adiós, en el que hace un resumen de la historia de Navarra más o menos acertado. Dedica un epígrafe a la Gamazada, que así se llama al famoso contrafuero protagonizado por el ministro de Hacienda, Germán Gamazo, que en 1893 pretendió la supresión de la autonomía tributaria de Navarra. Todo el pueblo navarro se movilizó para defender la intangibilidad de la Ley Paccionada. Ni Gamazo ni sus sucesores lograron doblegar la firmeza de la Diputación en defensa de los Fueros de Navarra. Para conmemorar aquel episodio épico se erigió en 1903 el monumento a los Fueros que se alza frente al Palacio de Navarra. Para finalizar la breve reseña de la Gamazada escribe: “Mirando entre algunos libritos que adquirí en mi juventud encuentro uno de Jaime del Burgo, padre de Jaime Ignacio del Burgo, padrino del Amejoramiento del Fuero. En dicho librito, que es una especie de guía para conocer el Pirineo navarro y Pamplona, en el apartado dedicado a la capital repasa los lugares de interés, pero no aparece el monumento a los Fueros. ¿Un olvido? Si quien podía escribir la historia lo hacía así, es evidente que la realidad quedaba para otra ocasión”.

Nunca diremos adiós a Navarra

Lástima que la biblioteca de Perurena fuera tan escueta. El libro al que se refiere se publicó en 1977 y se titulaba El Pirineo navarro, dentro de una intensa campaña de promoción del turismo navarro. Es un libro muy manejable de 172 páginas, una guía excelente para los visitantes de esta zona de Navarra que es la Montaña. No es un libro sobre el Pirineo y sobre Pamplona. Después de una sucinta historia de Navarra, que sin duda habría sido una delicia para el joven Perurena, describe lo más notable que el viajero puede encontrar desde la desembocadura del Bidasoa hasta el Valle de Roncal. Aunque Pamplona no forma parte del Pirineo navarro, es paso obligado para recorrerlo, y por eso se dedican unas pocas páginas sobre los principales lugares visitables sin ninguna pretensión de exhaustividad. Seguramente a Perurena le habrían gustado las fotos de los danzaris de Lesaca, los Icaldinak de Ituren o la de la competición de aizkolaris de Leiza.

Pero es una lástima que nuestro amigo leizarra, el mejor levantador de piedras de todos los tiempos, no conociera que poco después, en 1978, mi padre publicó un libro dedicado exclusivamente a Pamplona. En la página 49 viene a toda página una magnífica foto en color del monumento a los Fueros, con el Palacio de Navarra al fondo. Añadiré que en 1966 publiqué, con prólogo y diseño de mi padre, un librito titulado El pacto foral de Navarra. 1841.1966. En la portada aparecía el monumento a los Fueros. Fui en 1968 autor de Historia del Fuero, folleto número 8 de la Colección de Temas de Cultura Popular de la Diputación Foral de Navarra, cuyo director fue mi padre. Se llegaron a publicar 400 números. En la portada una preciosa fotografía nocturna del monumento foral. También aparece en portada el monumento en el número 361 que se dedica a La Gamazada, cuyo autor fue el gran historiador Juan José Martinena. Y, por último, diré que en el tomo II de mi libro La epopeya de la foralidad vasca y navarra. Principio y fin de la cuestión foral, publicado por la Fundación Popular de Estudios Vascos, en 2016, también aparece en portada el monumento a los Fueros. De modo que no hubo ningún olvido. Descalificar de esta manera tan sin sentido la ingente labor histórica de mi padre es sencillamente ridículo. Por cierto, en el pergamino que la matrona del monumento exhibe se lee Ley foral, en referencia a la Ley Paccionada de 1941. Aprovecho la oportunidad para dar alguna pincelada sobre la Gamazada. El ministro Gamazo pretendió acabar en 1893 con la secular autonomía tributaria de Navarra reconocida en la Ley Paccionada de 1841. La Diputación Foral y el pueblo navarro se movilizaron en defensa de los Fueros invocando que la Ley Paccionada no podía alterarse sin el consentimiento de Navarra. Nadie gritó independencia. Cuando los diputados forales, después de un viaje memorable a Madrid, que impactó a la opinión pública, entraron en Navarra por Castejón, en la estación le esperaba una multitud enfervorizada. Cuando el tren entró en la aguja del andén de pasajeros, las bandas de música de Tafalla, Cintruénigo y Corella tocaron el himno nacional.

En las Cortes, la defensa de nuestros Fueros corrió a cargo de los diputados por Navarra, mayoritariamente liberales, destacando los discursos de José Luis Los Arcos (conservador) y Arturo Campión (por aquel entonces del partido integrista). También intervino el carlista José Vázquez de Mella, al que se llamaría tribuno de la tradición por su brillantez oratoria. Los diputados vascos no apoyaron a Navarra pues las diputaciones vascongadas habían conseguido que Gamazo introdujera en la ley de presupuestos la renovación de los conciertos económicos. No obstante, se registró la presencia en Castejón de numerosos carlistas vascos. También Sabino Arana encabezó un nutrido grupo de vizcaínos, que llegaron a Castejón en un tren especial portando una bandera con la leyenda Jaungoicoa eta Legizarra. El fundador aquel mismo año del PNV pensaba que la protesta foral navarra podría ser una buena oportunidad para extender su proyecto separatista. Lo que vio no le gustó. Y un año después, cuando todavía no se había resuelto el conflicto, ordenó que su periódico Bizcaitarra se abstuviera de entrometerse “en los asuntos internos de Nabarra con ánimo de hacer prevalecer sobre la libre voluntad de los navarros; porque los bizkainos no tenemos voto en las cuestiones internas y particulares de Nabarra”.

Y para terminar reproduzco el último párrafo del libro de Hermilio de Olóriz, tan citado en los últimos tiempos, titulado La cuestión foral, que es una reseña de los acontecimientos producidos desde mayo de 1893 hasta julio de 1894. Con Olóriz tengo en común dos cosas. La primera que fue, como yo, académico correspondiente de la Real Academia de la Historia. Y la segunda que Olóriz sostenía que la Ley de 1841 era fruto de un pacto entre la Diputación y el Gobierno. Así termina su libro: “Mantengamos enhiesta nuestra bandera, y acaso muy pronto el pacto de 1841 volverá a regir en toda su integridad. Somos patriotas, primero que hombres de partido; no se encienda jamás entre nosotros la tea de la discordia, y nuestros descendientes bendecirán nuestros esfuerzos y nuestros sacrificios, porque ellos lograrán conservarles la sagrada ley que a su vez nos legaron nuestros mayores”. Un siglo después, en 1982, un nuevo pacto con el Estado no sólo conservaba la vigencia de la sagrada ley de 1841, sino que el viejo Reino ha resurgido como comunidad foral con un estatus bilateral que devuelve al pueblo navarro la titularidad de un Fuero amejorado, plenamente democrático y dotado de un grado de autogobierno desconocido hasta nuestros días. Lo malo es que la tea de la discordia sigue entre nosotros. A pesar de ello, nunca diremos adiós a Navarra.

Doctor en Derecho