“Verdad, justicia y reparación” ha sido el lema de los Movimientos de Recuperación de Memoria Histórica (MRMH), como consecuencia de la represión ejecutada en la población navarra tras el golpe de 1936. Cabe decir que, de un tiempo para acá, a estas víctimas –más de cuatro mil asesinadas y miles de supervivientes represaliados durante la larga dictadura franquista– se le fue sumando la recíproca reivindicación de otras víctimas, surgidas en un contexto diferente, cuyos ejecutores confundieron los medios con los fines para justificar sus crímenes.

Afirmamos rotundamente que nunca fue objetivo de los MRMH la utilización de las víctimas como medio para conseguir unos réditos políticos. Lo que sí exigieron en Navarra las asociaciones de familiares fue que se recuperaran sus cuerpos desperdigados por cunetas y ribazos para darles una sepultura digna y que la justicia restituyera su dignidad como ciudadanos, arrebatada en un tiempo y en un lugar de forma alevosa y criminal. Víctimas que, en número significativo, siguen hoy desaparecidas en los lugares donde fueron ejecutadas, sin que nunca nadie de los culpables dejase ninguna muestra de humanidad indicando –ni siquiera anónimamente–, dónde poder encontrar sus restos.

Una dialéctica ideológica basada en la utilización de las víctimas es el signo más elocuente de la aberración, no sólo conceptual, sino existencial, en la que algunos partidos siguen chapoteando. Ningún partido político debería utilizarlas para justificar sus postulados. Porque no les pertenecen. Las víctimas no son patrimonio de nadie. En todo caso, son de sus familiares. Y punto.

La derecha actual se regodea aireando los nombres de las víctimas de ETA, poniendo a su lado los nombres de sus asesinos y, actualmente, de sus amigos. Tampoco, las llamadas víctimas del Estado han tenido siquiera la consideración de ser víctimas. Sólo recibieron la categoría de “efectos colaterales”. Menos aún han aparecido junto a ellas los nombres gubernamentales que dieron la orden de asesinarlos. Lo que hicieron los terroristas muertos de ETA (víctimas falsas) “fue desestabilizar al país por lo que estuvo bien asesinarlas en nombre del Estado”. Por tanto, nunca fueron víctimas. Por el contrario, la finalidad de las que causó ETA “era convertir a España en una democracia, transversal, democrática e inclusiva” (Diario de Navarra, 30.12.2023, López Borderías). ¡Y nosotros sin saberlo!

Se trata de un maniqueísmo deleznable que olvida que el fin no justifica los medios, y que, mientras, el medio para conseguir el poder, la estabilidad, el orden, el Estado de Derecho, sean la muerte y el asesinato del contrario serán siempre fines ilegítimos y fraudulentos, y que, una vez, conseguidos estos, sólo se mantendrán utilizando los mismos medios: la violencia, la fuerza, la tortura y, en última instancia, el crimen de Estado.

Hay quienes piensan que todas las víctimas merecen el mismo respeto. Es posible, pero si reparamos en la palabra respeto, observaremos que en la práctica las víctimas no reciben un trato de equidad.

Por ejemplo, ¿cuándo las derechas herederas del franquismo han hablado alguna vez de aquellas víctimas que sus albaceas ideológicos causaron en Navarra, en la retaguardia en 1936? De haber sido iguales, ¿acaso las víctimas de la represión falangista y carlista no habrían recibido siquiera una misa de responso por sus almas y la reproducción de una fotografía de recuerdo en los periódicos, y ya no durante los cuarenta años de dictadura, sino en la “modélica Transición” como signo de reconciliación? Recordemos que, en 2003, en la declaración del Parlamento de Navarra en reconocimiento de las personas asesinadas tras el golpe de 1936, UPN se abstuvo.

No hay equidistancia. Las víctimas nunca fueron iguales y no recibieron nunca el mismo respeto y consideración, ni por parte de la sociedad en general, ni de las instituciones del Estado en particular. En la teoría política del Estado, los vencidos siempre llevaron las de perder. Ya lo dijo Tito Livio por boca del galo Breno: “Vae victis” (¡Ay de los vencidos!).

La sociedad, no sólo los partidos políticos, debería esforzarse por sacar a la luz el nombre de quienes fueron “los verdugos de esos vencidos”. De los que dieron el tiro de gracia en aquellas luctuosas matanzas en Navarra, no sólo conocemos algunos de sus nombres, también su modus operandi. Pocos dudan que fueron unos cobardes, asesinos y desalmados. Asesinos que guardaron su cobardía para ensañarse a traición con adversarios inertes, personas que no podían defenderse, en una tierra donde no hubo frente de guerra. De este modo, huyeron de verse en el peligro de tener que alistarse y combatir. ¿Cuántos de aquellos facinerosos con pelos en el corazón, encargados de estas matanzas crueles, estuvieron en las trincheras, como no fuera de visita para jactarse después ante los jefes del ejército de Franco y su Glorioso Movimiento Nacional?

Continuamente, se publican las listas de los asesinatos cometidos por ETA. Se acompañan con las fotos de los “etarras asesinos”. Pero ¿qué sabemos de los verdugos e instigadores del 36, de sus hechos? En un tiempo, se los aplaudió y jaleó como salvadores y héroes de España. ¿Dónde están sus nombres? ¿Qué se hizo de ellos? ¿No fueron los artífices de que “Navarra fuese ganada para Dios en una santa Cruzada”? (Olaechea dixit). ¿No fueron ellos quienes desde sus despachos decidieron quiénes deberían ser asesinados “sin piedad alguna”, siguiendo el dictamen criminal de Mola?

Sería de justicia que las fotos de los verdugos que hubo en Navarra se publicaran. La sociedad tiene derecho a conocer lo ocurrido, a saber qué nombres ocultaban un genocida y que sin ellos la represión jamás hubiera tenido lugar. Fueron los auténticos verdugos. Conocer sus nombres no será ningún consuelo, pero sí un justo tributo a la verdad del incompleto relato del golpe de 1936 en Navarra.

Si las derechas tuvieran alguna coherencia democrática, podrían comenzar a demostrarla.

También firman el artículo Clemente Bernad, Carolina Martínez, Carlos Martínez y Txema Aranaz, miembros del Ateneo Basilio Lacort