No he podido prescindir del título que en el diario El País utiliza Juan G. Bedoya para referirse a los informes sobre la pederastia en la Iglesia española y la posición que adopta la Conferencia Episcopal Española.

Aferrados a su presunción de ser un referente moral, los obispos son ahora la representación del ser humano que retrata Platón en la Alegoría de la caverna. Platón les disculparía si hubieran estado encadenados en la oscuridad del fondo.

No es el caso, conocen la realidad y temen que se sepa.

Ante la magnitud de los abusos sexuales cometidos por eclesiásticos, se comportan como si solo pudieran mirar hacia sus sentidos, ignorando el puro conocimiento de los hechos.

El impecable informe del Defensor del Pueblo dicen respetarlo –¡faltaría más!– pero lo descalifican por la extrapolación de una encuesta que no tiene posibilidad de crítica.

Somos 440.000 las personas que fuimos abusadas en el entorno eclesiástico. No discuten cómo se hizo ni lo analizan. Lo mandan a la hoguera inquisitorial.

En mi anterior carta hablaba de que, tras la cita en Roma del papa Francisco a los 80 obispos españoles, nos quedaba una enorme decepción. Después de no recriminarles su actitud por la mañana, en la tarde recibió a unas víctimas de pederastia en la iglesia francesa.

Los obispos españoles salieron tan encantados que en sus expresiones de alegría se apreciaba el reconocimiento de su falta. Igual que cuando un delincuente sale de rositas al evitar la condena del juez.

“Poner el foco únicamente en la Iglesia es desenfocar el problema”, insiste el último documento oficial de los obispos. Mal de muchos sería consuelo de tontos, pero de esto no tienen ni un pelo. Creen que poniendo en marcha el ventilador se difumina su responsabilidad. Nosotros, los abusados, tras pedirnos perdón con lágrimas de cocodrilo, tenemos que soportar su condena. Y contraatacan.

Ahora ya se colocan como víctimas. Miren lo que dijo José Cobo, el actual cardenal arzobispo de Madrid: “Te ven vestido de cura en el metro y te llaman pederasta”.

En mi carta anterior decía que solo nos quedaba agarrarnos al clavo ardiendo del informe Cremades. Encargan el trabajo a un despacho del Opus Dei, nada sospechoso de querer tirar piedras al tejado episcopal y parece que no les gusta. Les quema el clavo ardiendo.

La Iglesia adoptó un discurso duro frente a este informe de parte, acusándoles de incumplimiento de contrato y amenazándoles con la ruptura de éste.

Lejos de amilanarse, Cremades siguió su ritmo, y en la pasada plenaria episcopal entregó un resumen ejecutivo que disgustó a los obispos. No se parecía en nada al boceto que se les había hecho llegar en julio, de dos mil páginas, y que no incluía una serie de recomendaciones “que van en la línea de volver a colocar a la Iglesia como el malo de la película”.

A comienzos del otoño, los obispos ya habían desembolsado un millón de euros al bufete, una cifra que al menos se ha incrementado hasta los 1,3 millones.

Bueno, parece que ya lo han presentado y no les ha gustado mucho a la jerarquía católica española.

Informaciones recientes hablan de que los obispos españoles ningunean la auditoría sobre pederastia en la Iglesia que ellos mismos encargaron. Tanto es así que plantean limitarse a una nota de prensa, al menos hasta pasadas las Navidades.

Alfredo Dagnino –el abogado que durante más de un año llevó las riendas de la investigación, hace unas semanas fue despedido por Cremades–, les había pasado un borrador a los purpurados. Tenían un topo dentro del despacho.

El episcopado español optó por ningunear el trabajo de los abogados y elaborar el suyo propio con el título Para dar luz.

En él ofrecían cifras de menores abusados, victimarios y gestión de los casos en las oficinas de atención de cada diócesis. Declararon los episcopados, “comenzamos a hacer el trabajo que ellos tenían que haber entregado”.

Declara el presidente de la CEE, cardenal Omeya: “Ya los informes de Cremades o lo otro (“eso de lo que usted me habla”, se debe referir al Informe del Defensor del Pueblo), nos ayudan, pero lo importante es que ya hemos focalizado bien el trabajo que son las víctimas y escuchar a cada persona”. Pura hipocresía farisaica.

Después de gastar más de 1,3 millones de euros, los obispos han elegido ignorar el informe del bufete.

¿Y si se filtra el informe? “Que lo publique El País si quiere, para nosotros está absolutamente amortizado”, recalca un alto prelado español, que lamenta la mala gestión llevada a cabo por el bufete. “¿No era una auditoría independiente? Pues eso. Al final hemos metido a la zorra a guardar el gallinero”, constata otro obispo.

En fin, nos piden perdón, nos focalizan, como dicen ellos, pero más bien nos apuntan. Dicen que si no se atiende a todas las víctimas, nosotros, los de la Iglesia, nos sentiríamos estigmatizados.

Este argumento ya lo utilizó en el Parlamento navarro el representante de Unión del Pueblo Navarro. Dijo que la Ley de Reconocimiento de Víctimas que se debatía nos dejaría señalados.

Nos comparó a los inuit, unos nativos de Groenlandia a los que el gobierno de Canadá, con intención de asimilarlos, recluyó a sus niños en internados católicos. Sufrieron abusos sexuales y de todo tipo, muriendo muchos de ellos.

Sacamos en el Parlamento navarro unas caretas de esquimales que avergonzaron al propio portavoz de UPN. A ver si ahora tenemos que quitarles la careta a los prelados, la que el papa Bergoglio no se ha atrevido por ahora.

Miembro de la Asociación de Víctimas de Pederastia en Centros Religiosos en Navarra (Avipiren)