Hace cuatro décadas se fueron consolidando y divulgando los planteamientos, que ya venían de lejos, y que abrazaban la idea de la inteligencia emocional y las múltiples inteligencias, proponiendo que los seres humanos no están limitados a una sola forma de inteligencia, sino que esta adopta la forma de un poliedro complejo de muchas caras y facetas. Esta perspectiva esperanzadora desafiaba la valoración tradicional, exclusiva y estrecha de la inteligencia unidimensional. A pesar de ello, en el ámbito educativo la inteligencia se sigue midiendo esencialmente mediante viejos parámetros. Y aunque esto esté cambiando, aún son muchas familias las que se frustran porque sus hijos no obtengan resultados suficientemente satisfactorios en algunas materias. Las Matemáticas siguen siendo una de las más propicias para el calibrado de esa “inteligencia tradicional”. Y las pruebas de evaluación suelen dejar pocos márgenes para la duda.

Inteligencias múltiples

Afortunadamente hoy son cada vez más las familias que se enfocan e intentan fomentar las aptitudes innatas de sus hijos, sean cuales sean. No todos los cerebros son iguales y por tanto no se puede esperar de todos ellos el mismo rendimiento en las diversas áreas. Nuestro sistema educativo ha ido integrando esa necesidad de educar en la diversidad pero la tarea sigue resultándonos ardua. De hecho, los últimos resultados del informe PISA no nos colocan precisamente en la vanguardia en la que siempre hemos creído estar. Este es un tema relevante que necesitaría de diagnósticos comunes pero que inexorablemente es víctima de las disputas políticas. Hace poco lo hemos comprobado por la ausencia de consenso en nuestra reforma educativa. Pero este es otro tema, largo y complejo… Al reflexionar sobre estas cuestiones desde la azotea de la experiencia acumulada en nuestras vidas, resulta evidente que nuestras propias trayectorias vitales difieren con frecuencia significativamente de las predicciones iniciales de los tradicionales tests de inteligencia. Cada individuo tiene su propia manera de ser inteligente y el éxito en la vida, entendido como la capacidad de desarrollar una existencia satisfactoria según deseos e intereses personales, depende en gran medida más de desplegar las fortalezas innatas y pulir las debilidades, que de empeñarse en transformar la inteligencia que a cada uno se nos concede al nacer, para encajar en cualquier marco preestablecido y preconcebido. Eso constituye sin duda una de las grandes ventajas de sociedades avanzadas como la nuestra. No están tan lejos los tiempos de la vieja escuela, un calvario para los que no rendían suficientemente de acuerdo a los modos convencionales.

Afortunadamente la vida es una constante escuela, siempre en funcionamiento, donde cada día podemos adiestrarnos, disfrutando tanto a nivel individual como colectivo, en la que cada uno desempeñamos irrevocablemente el papel de eternos alumnos y maestros. Cada joven que se acerca a nosotros representa una oportunidad para aplicar y proyectar nuestro saber y comprensión, ofreciéndolo como una guía abierta para las generaciones futuras, a la vez que de ellas recibimos el estímulo para mantenernos en permanente crecimiento. El cerebro humano, en su elasticidad, nos dota de la capacidad de aprender, entender y crear y también de memorizar. Y, además de las formas tradicionales de inteligencia, la artística, científica o literaria, por ejemplo, observamos en algunos la singular capacidad para el recuerdo. Otros sin embargo debemos de echar mano de nuestra agenda, ahora casi siempre en forma electrónica. Hace aproximadamente 25 años, fuimos testigos de la emergencia de una nueva tecnología que acabó acarreando un cambio significativo en nuestra sociedad, el inicio de una nueva era, de la mano del buscador de Google. Esta herramienta se convirtió rápidamente en un oráculo virtual eficaz, transformando la manera en que accedemos a la información en nuestro trabajo y vida cotidiana. Internet se presenta como una vasta nube, cuyos caminos nos son invisibles, y el software de búsqueda se erige como una herramienta accesible y fácil de usar que encuentra para nosotros en un mapa cuya complejidad no podemos ni siquiera imaginar. Al escribir una palabra, “Bilbao”, por ejemplo, obtenemos una lista ordenada de páginas relevantes, ofreciéndonos una solución eficiente para hallar en ese inmenso océano virtual. El propio buscador prioriza las diferentes opciones, ofreciéndonos en primer lugar las páginas más relevantes, como la del ayuntamiento por ejemplo, frente a otro montón de contenidos vinculados a esa misma palabra, incluidos el gran número de ciudadanos con ese apellido, por ejemplo. El buscador además se retroalimenta, aprende, pues cada vez que buscamos vamos afianzando el ranking de cada página, del mismo modo que los votantes determinan los electos con la acumulación de los votos. Esta revolución en la búsqueda de información ha impactado en nuestra manera de aprender, facilitando el acceso a conocimientos diversos con tan solo unos clics. Veinticinco años más tarde somos testigos de una nueva revolución de la mano de los “Large Language Models” (LLMs) o grandes modelos de lenguaje, como el ChatGPT, capaces de mucho más aún, que compilan para nosotros información sobre una determinada temática en forma de informe o redactan el borrador de una carta, ya sea de amor o una reclamación de consumidor. Esta nueva revolución de la Inteligencia Artificial (IA) ha despertado tanto entusiasmo como preocupación, al punto que la Unión Europea ha legislado sobre los aspectos éticos de la IA. Tarea loable la realizada por la UE, que no deja de parecer la reacción de un continente viejo ante una tecnología eminentemente joven que se crea y desarrolla sobre todo en EEUU y Asia. En efecto, mientras el joven desea irrefrenablemente jugar a la pelota, el viejo, más lento en sus reflejos y movimientos, pide al árbitro ser particularmente celoso en el respeto a los tiempos y cumplimiento de la norma. La inteligencia humana se caracteriza precisamente por ser capaz de crear nuevos universos, ya sean literarios o tecnológicos, y cada vez que un nuevo paradigma emerge, nos vemos retratados involuntariamente como en la foto-flash de la montaña rusa que fija para siempre esas expresiones tan elocuentes de euforia o pánico, según el pasajero. La IA ha llegado para quedarse y debemos por tanto integrarla y considerarla como una más de nuestras múltiples inteligencias, pues somos nosotros las que la hemos creado. Como todas, deberemos usarla con inteligencia, nunca mejor dicho, con un buen fin. La revolución de la IA desafía nuestra inteligencia colectiva y nos replantea un sinfín de cuestiones, incluso las relativas a nuestro sistema educativo. Si antes ya era objeto de debate, por ejemplo, si era necesario aprender Matemáticas dado que las calculadoras podían hacer realizar las operaciones básicas, ahora podríamos plantearnos la misma cuestión sobre cualquier otra materia, ya sea la música, la historia o los idiomas. La respuesta sin embargo solo puede ser una: sí, el sistema educativo ha de seguir formando en todas esas viejas materias; el humano ha de seguir cultivando su propia inteligencia, siendo capaz a la vez de integrar las nuevas capacidades que la IA proporciona. La interacción humano-máquina necesitará de generaciones más preparadas e inteligentes y no al revés. Con ello, irremediablemente, parte de lo que hoy es de actualidad pasará a formar parte de nuestro recuerdo, del patrimonio cultural, material o no, como los viejos oficios. Pero también en eso las máquinas nos ayudarán, pues no solo las construimos para desplazarnos más rápido o para realizar transacciones financieras en divisas invisibles, sino también para recordar, con la esperanza de que todo lo que vivimos nunca se olvide del todo, para que de nuestra existencia, esfuerzos, entrega y sufrimiento quede algo cuando ya no estemos.

Hoy hemos añadido una nueva dimensión a nuestra inteligencia y debemos entrenarnos, adiestrarnos para usarla adecuadamente. Deberemos aprender a preguntar a la máquina, de manera eficaz, pero siempre con fines éticamente aceptables, con el objetivo único y último de contribuir a la prosperidad y al bienestar pues, no lo olvidemos, estamos en este planeta solo de paso, para pavimentar la sociedad en la que vivirán las nuevas generaciones y eso exige, más que nunca, de gente cada vez más preparada.

Hay razones para el optimismo: las máquinas podrán hablar en cualquier idioma, incluso en aquellos que desaparezcan por la desidia de los que un día lo conocieron. l

Matemático. FAU-Humboldt Erlangen, Fundación Deusto y Universidad Autónoma de Madrid