He pasado este fin de semana en el arranque de las semanas de la ciencia en Valladolid, con eso de que las navarras ya las tenemos en marcha desde hace días. El Teatro Zorrilla se llenó de gente para escuchar charlas sobre la ciencia del futuro. Conocimos cómo se lucha contra la senescencia, alargar la vida con calidad, pero no sin avisar cómo sigue siendo una búsqueda mediada por el negocio de un mundo rico que convive con la desigualdad y la muerte por enfermedades en el otro lado del mismo globo. Aprendimos que los debates sobre las inteligencias artificiales no son realmente nuevos porque nos plantean cuestiones que aún teníamos que resolver sobre temas como la propiedad intelectual, la creatividad, los derechos de los trabajadores o los mismos derechos humanos. Solamente la transparencia y el control público y abierto podrán evitar un desastre (que tampoco será nuevo). Supimos de cómo la diabetes se ha convertido en una pandemia de un mundo que por otro lado agota medicamentos que controlan esta enfermedad solamente porque permiten adelgazar. Descubrimos que nuestro país sigue lleno de bosques, pero que quienes trabajan por diseñarlos respondiendo a los cambios actuales no verán sus resultados hasta dentro de muchos años. Conocimos los avances en ciencias de la reproducción humana, en la energía verde, en las políticas robot, en la nutrición. Yo conté algo de cómo cada vez que imaginamos el futuro de una ciencia como la astronomía acaba sucediendo que lo más importante que se descubrirá no lo habíamos siquiera imaginado. Pero así es el futuro, de natural inabarcable. Lo que pudimos constatar todas fue que solamente siendo conscientes de lo que nos falta y de lo que carecen nuestros semejantes hoy podremos hacer un futuro que merezca la pena.
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