La cultura, cual Jano, muestra dos rostros: el de la unión y el de la discordia. En su faceta más positiva, enriquece nuestras vidas y convierte nuestro mundo en un lugar fascinante y diverso. Sin embargo, también puede ser la semilla de la desconfianza y, en ocasiones, el caldo de cultivo para conflictos. La cultura es, sin lugar a dudas, un poderoso puente, pero a su vez, un desafío constante para la coexistencia pacífica.
A lo largo de la historia, las diferencias culturales, religiosas y étnicas han sido catalizadoras de conflictos armados, guerras y actos de terrorismo. Cuando la cultura se convierte en el único punto de referencia, se transforma en una frontera infranqueable, justificando, en ocasiones, la discriminación y el conflicto. Factores como la religión, la etnia, el idioma, la tradición y la identidad han sido, con frecuencia, el germen de estas tensiones.
El nacionalismo extremo, la xenofobia y el fundamentalismo son ejemplos de cómo la cultura, en lugar de unir, puede ser manipulada para dividir. Las tensiones culturales y la falta de respeto mutuo pueden incitar conflictos a escala local y global. Ejemplos como la lucha entre católicos y protestantes en Irlanda del Norte, el genocidio entre hutus y tutsis en Ruanda, o la desintegración de Yugoslavia debido a diferencias étnicas son ejemplos vívidos de cómo las diferencias culturales pueden derivar en luchas brutales.
Un caso paradigmático es el conflicto palestino-israelí, donde la cultura, la religión y la historia se han utilizado como municiones para fomentar divisiones. La ocupación israelí en territorios palestinos, que comenzó en 1967, ha resultado en la construcción de asentamientos israelíes en tierras palestinas, una práctica considerada ilegal por el derecho internacional. Esta ocupación ha generado tensiones y desafíos significativos para la paz en la región, impactando de manera profundamente negativa en la vida de los palestinos que se ven privados de recursos básicos.
Si bien Israel argumenta que su objetivo es la seguridad nacional, la realidad arroja un balance desproporcionado de violencia y destrucción que afecta principalmente a los palestinos. La situación humanitaria en la Franja de Gaza es paupérrima, con dificultades en el acceso a agua potable, atención médica y educación de calidad. El estancado proceso de paz entre israelíes y palestinos se atribuye fundamentalmente a la falta de voluntad por parte de Israel para abordar las problemáticas palestinas, así como a la percepción de que el papel de Estados Unidos como mediador no es equitativo, sino que favorece a Israel, generando desconfianza y resentimiento entre los palestinos.
La búsqueda de una resolución salomónica y duradera del conflicto palestino-israelí sigue siendo un desafío crítico en la arena política internacional, pasando por encontrar una solución equitativa de reparto territorial: una solución de dos estados, donde Israel y un futuro estado palestino puedan coexistir en paz.