Un joven doctorando prepara los últimos pasos para la presentación de su tesis. A sus 33 años, ha recorrido prestigiosas universidades en diferentes países. Accedió a la universidad poco antes de cumplir los 18 años. Un doble grado (STEAM), un MBA presencial y otro mayoritariamente online en Economía e Internacionalización, combinando sus estudios doctorales con experiencia en docencia colaborando con un par de profesores titulares. Hoy, 15 años después de su inicio universitario, no ha salido de las aulas y no ha desarrollado ninguna otra actividad profesional. Sus ritmos en las tomas de decisión en su proceso preparatorio y posicionamiento ante problemas y propuestas a emitir desde su posicionamiento riguroso y conocimiento acumulado difieren de manera considerable de quienes han de enfrentarse a la toma de decisiones desde la “información perfecta”, disponible en cada momento, llena de incertidumbre y, las más de las veces, incompleta, llevando a asumir riesgos en ocasiones sobre pilares endebles o aparentemente alejados del rigor académico o determinista. Él se ha acostumbrado a apostar por una determinada línea dominante en el conocimiento publicado y aceptado por la mayoría de su entorno, incorporando algunas píldoras complementarias que, difícilmente, provoquen transformaciones, disruptivas o no, más allá de la información básica utilizada. Consciente de esta realidad, me comentaba su preocupación por la escasa capacidad de comprender e incorporar el contexto en que se produjeron, en cada momento, las decisiones que él analiza y evalúa en su trabajo. Adicionalmente, señala “su tiempo” que le permite seguir, paso a paso, trabajos inacabados a la espera de la siempre esperanzada “nueva información” que permita concluir o retocar sus conclusiones. Su trayectoria se corresponde con la de muchos de sus colegas de máximo éxito en el ámbito académico de prestigio internacional.

En paralelo, populismos de cualquier ideología, activistas del fracaso y la descalificación de todo aquello que hagan los demás, auto exculpándose así de su personal e individual desapego con el compromiso y la responsabilidad, se instalan en la simpleza de las decisiones fáciles que suponen resolverán cualquier problema o dificultad. Desprecian el rigor, huyen del análisis objetivo, juegan con la demagógica comunicación a impulsos y recurren a la etiqueta facilitadora de espacios mediáticos con envoltorio de soluciones mágicas para todo a la vez.

Hace unos días, el lehendakari Iñigo Urkullu ofrecía una conferencia en el Fórum Europa en Bilbao. Iniciaba su intervención con una advertencia sobre lo que, en su opinión, viene dominando el estado de ánimo de nuestra sociedad: soluciones simplistas para afrontar situaciones complejas. Tiempos que, ante la enorme complejidad e interconexión exigibles para abordar los problemas y demandas sociales, requieren estrategias completas con mirada larga y consecución en el largo plazo, en una cadena de interconexiones y complejidad dominante.

Populismos, pesimistas profesionales, “las siete noticias críticas y catastrofistas que anuncian el final del mundo y de los sistemas en curso”, una anunciada renuncia a un futuro desconocido animando a vivir tan solo el presente, desde la ausencia de comunidad al servicio del bien común. Instalados en una creciente ola de desafección con las democracias, rodeados de un sinnúmero de “Estados fallidos”, inmersos en un clima de reclamo y reivindicación individualista de nuestras demandas a ser cumplidas por terceros sin la contrapartida de cualquier compromiso o aportación al valor compartido requerible… La realidad, sin embargo, no es otra que la inevitabilidad de encontrar, explorar, diseñar, compartir, estrategias de alto contenido, de largo recorrido, tras una mirada larga y compartida. Estrategias de alto contenido y valor social, económico, político, viables y sostenibles, por supuesto éticas y democráticas, al servicio del bien común.

¿Son contradictorias o excluyentes las actuaciones de urgencia y de corto plazo o inmediatez exigibles con estrategias, necesariamente complejas de largo plazo?

Un debate histórico nos ha acompañado a lo largo del tiempo. Si con excesiva y simplista facilidad se descalifica la estrategia, asociándola con sueños inalcanzables, lejanos y difíciles de evaluar en su momento, en favor de “soluciones inmediatas”, operativas las más de las veces y sin las cuales “nunca se llegaría al destino final”, el mundo VUCA (volátil, incierto, complejo, ambiguo), que, por simplificar, podríamos utilizar como descriptivo de nuestros tiempos, parecería poner el acento en actuaciones inmediatas, individuales, según vayan apareciendo (sean oportunidades o amenazas), a lo que se añade la velocidad que se supone obligaría a cambios constantes, ausencia de planes, objetivos y horizontes distantes y, en consecuencia, actuar hoy… “ya vendrán otros en un mañana lejano al encuentro de lo que sea que seremos, y en el mejor de los casos, ya no nos pillará”. Así, se añade a la estrategia atacable el descrédito asociado al falso uso del término y sus contenidos para calificar de estratega bien al iluso soñador, o al “oportunista” que algunos creen viste de profundas decisiones basadas en rigurosos análisis, en la capacidad de observación y el anticipo al mundo que nos rodea, sus instintos, deseos particulares o posiciones específicas e interesadas.

¿Mundos incompatibles? En absoluto. La manera más sencilla de afrontar con éxito, y con elevado grado de acierto un problema o decisión (por complejos que sean), en un momento concreto, es su encaje en una verdadera estrategia de largo plazo. Sea una empresa, gobierno, país o persona, si cuenta con la clara identificación de su para qué, el porqué de lo que hace, el valor que está dispuesto a aportar y compartir con los demás, a sus sueños y puntos finales de llegada, y es consciente de los compromisos y esfuerzos que ha de asumir, ante cualquier “oportunidad-opción, problema” sobre el que deba tomar una decisión, resultará muchísimo más sencillo ya que podrá preguntarse si la decisión concreta le desvía o acerca en su apuesta final. Coherencia estratégica. Y es precisamente este atributo y su ejercicio lo que exigimos de todo líder, dirigente, responsable en todos los niveles y espacios de la vida. Las exigencias, en especial a aquellos que han asumido el compromiso de guiarnos hacia algún sitio sustentado en un contrato, que obligan a todas las partes. Es decir, los individuos, personas, aliados, compañeros de viaje, somos parte activa y comprometida con el camino de dicha coherencia estratégica.

La realidad actual se mueve en un contexto contradictorio. No existe problema o demanda alguna, sea en el ámbito privado, profesional, político, de país, para cuyo reclamo de solución no se esgrima “la falta de planificación y estrategia” de los interpelados a quienes se acusa de carecer de una estrategia clara, anticipatoria y del largo plazo que se pretende hubiera adelantado la demanda que hoy se reclama como inusitada exigencia inmediata. A la vez, cuando se avanzan proyecciones y previsiones de futuro alertando sobre potenciales consecuencias y la necesidad de contemplar la sostenibilidad de las medidas a tomar, se recriminan dichos esfuerzos y se esperan soluciones “para hoy y para mí”. Así las cosas, el carácter poliédrico de necesidades, preocupaciones, prioridades y ambiciones de todos y cada uno de nosotros, termina por premiar el individualismo concreto y monetario, en un “de lo mío qué”, condicionante de cualquier decisión esperable. Si a esta actitud generalizada añadimos una creciente desafección y decepción por la autoridad (sea del nivel y ámbito que sea), los modelos de gobernanza (cuando dirigen y gobiernan ellos), el liderazgo (cuando siempre nos parece inadecuado o insuficiente), y “compramos” los mensajes exclusivos y excluyente de nuestro entorno, no puede extrañar que vivamos tiempos convulsos y, en apariencia, desilusionantes. Una generalizada auto invitación a vivir nuestro presente y obviar un potencial futuro común o compartido. ¡Malos tiempos para la lírica!

En medio de este panorama, un clamor personal invitando al siempre difícil espacio para la estrategia: no hay nada peor que movernos sin propósito, sin saber hacia dónde quisiéramos ir y esforzarnos en ir y no en que nos lleven. Sin duda, el futuro es incierto, pero será lo más parecido a lo que hayamos querido construir y paso a paso, de forma colaborativa y compartida. No llegará sin más. Lo habremos traído con nuestra intervención activa o pasiva en un largo e intenso proceso en el que cada actor habrá ido aportando valor y enriqueciendo el resultado final.

Esta misma semana, el reconocido artista vasco Jesus Mari Lazkano presentaba su última obra: Non, Noiz, Nora, Nola… (Dónde, Cuándo, a Dónde, Cómo…). Un magnífico e impresionante mural para imprimir carácter al último Parque Tecnológico inaugurado en nuestro país. Reflejo e inspiración para la intensa estrategia innovadora que como foco de una transición energética-verde está en curso y que dará cobijo a miles de investigadores, innovadores, profesionales a la búsqueda de un futuro alternativo sirviendo a la sociedad. Así, como en todo proyecto de futuro y de vida, hemos de partir de la realidad y punto de salida (NON), para proyectarnos hacia donde queremos ir (NORA), en cada momento (“la línea del tiempo”) (NOIZ) y cómo hemos de hacerlo (NOLA), desde el rol correspondiente a cada uno, a la búsqueda de un resultado final, inevitablemente cambiante, fruto de la contribución colaborativa múltiple en un marco que le aporte sentido y coherencia.

Un mural que integra el arte y la industria, el hoy, el mañana, el conocimiento soñador y las herramientas que permiten su plasmación en una convergente apuesta de futuro. Diferentes almas, mismo propósito compartible. Sin duda, la creatividad del ser humano más allá de los medios y herramientas facilitadoras.

Propósito, propuesta de valor, estrategia y acciones colaborativas múltiples en “la línea del tiempo”.