De un tiempo a esta parte se ha producido la transmutación de nuestro modelo de pensamiento social, que se resumía en una visión, fuertemente arraigada en la sociedad, de nuestro desarrollo personal que ponderaba la calidad del trabajo, el esfuerzo y la creación de riqueza y empleo como bien común, hacia un modelo donde la iniciativa personal, la asunción de riesgos o el esfuerzo, no son valorados sino tomados como actitudes de personas que circulan a contracorriente o idealistas, ilusos que caminan inexorablemente hacía un precipicio.

Todo ello sumido en una nueva realidad empresarial y económica, en la que se produce una constante revalorización, en ocasiones absolutamente irreal, de las empresas a través de la compra y venta por medio de terceros actores externos a nuestros mercados, y a una nueva, ya arraigada actitud, por la que profesionales altamente cualificados buscan empleos públicos donde, muchas veces, el esfuerzo, la valía y el crecimiento personal no son valorados de forma alguna, todo ello a cambio de seguridad laboral y un horario lo más estrecho posible.

Esto, que podría suponer para muchos una evolución del pensamiento, es en realidad una involución social en toda regla, que tendrá consecuencias amargas en las próximas décadas. Y más amargas cuanto más pequeño es el entorno económico y el ámbito fiscal donde se producen, por ejemplo en nuestros territorios forales de Álava, Bizkaia, Gipuzkoa y Navarra.

En todas las críticas que podamos hacer al mundo empresarial, debemos confluir que en toda creación empresarial subsiste que son, a fecha de hoy, vehículo único de generación de riqueza y herramienta exclusiva de captación de beneficios que puedan ser transformados en servicios públicos de calidad. No hay sociedad alguna que pueda tener un alto índice de desarrollo humano sin la existencia de un tejido empresarial potente. Los modelos económicos exitosos requieren de un equilibrio entre los sectores industrial y de servicios con una fuerte inversión en I+D y la generación por parte de las instituciones de infraestructuras de comunicación y digitalización que posibiliten todo ello.

Pensar que en esta definición teórica del éxito de un país, dentro de un entorno pequeño como uno de los cuatro territorios forales, la venta continuada de nuestras empresas hacia terceros actores, externos a nuestro regímenes fiscales, que tarde o temprano llevarán a cabo el desmantelamiento progresivo de esas empresas, no tiene y/o tendrá repercusión alguna, es un acto de fe ciega y, permítanme añadir, de estupidez humana.

En los últimos tiempos, la sociedad al completo parece rendida a la nueva ley del mínimo esfuerzo, y a ponderar las actitudes contrarias al esfuerzo, alabar al que huye, a el que trabaja lo mínimo, a quien vende como sea y a quien sea, a quien se aprovecha de lo público creyéndose ser el más listo. En una clara formulación de lo que cualquier obervador externo calificaría como un “suicidio social y económico” asistido por las instituciones.

No hay victoria sin esfuerzo; quien crea en su ignorancia haber conseguido un modelo de vida envidiable, con un muy pequeño esfuerzo, habrá de saber que su victoria es y será pírrica. Unos años, quizá unas décadas, nada que sus hijos vayan a poder repetir o nada de que en su vejez vaya a poder disfrutar. Todo ese “chollo” conseguido y disfrutado, está simplemente mantenido por terceros. Empresarios, trabajadores y autónomos que pueden estar hartandose de su “plus” de esfuerzo diario y decidir mañana sumarse a la ola de no esforzarse ni sacrificarse más. Y entonces, ¿Quién llenará la caja? ¿Cree alguien que los millones de euros diarios de gasto de Osakidetza u Osasunbidea salen de algún sitio diferente a los euros recaudados de empresas y trabajadores en las haciendas forales?

Algo, o mejor dicho mucho, tienen que ver las instituciones en todo este modelo social. Sobre todo en su función reguladora pero también ejemplificadora. Las instituciones no pueden crear condiciones de trabajo ostensiblemente mejores en el sector público que aquellas que empresas privadas, con la mejor de las intenciones, pueden ofrecer a sus empleados. No pueden existir diferencias de más de 150 horas anuales de trabajo entre dos personas, que desempeñan casi la misma labor, una en el sector público y otra en el sector privado con diferencias salariales a favor del sector público. Es simplemente inmantenible. El 94% de las empresas son pymes, sus dueños no son millonarios, pagan salarios e impuestos que les permitan no echar la persiana, mientras ganan otro salario razonable para ellos.

Excepcionalmente, una persona con dos licenciaturas y tres idiomas puede acabar en un servicio público ordenando papeles, pero no puede ser la norma. Es responsabilidad de las instituciones crear las condiciones para que una persona formada pueda tomar el riesgo de establecer su empresa y/o dar salida a sus ambiciones o ideas. El Gobierno Vasco, Gobierno de Navarra, las Diputaciones y Ayuntamientos no pueden vivir presos de las peticiones, fuera de toda equivalencia en el mercado laboral, de un grupo reducido de funcionarios que nunca estarán contentos.

Es imprescindible dar a conocer a los ciudadanos de los territorios forales a qué retos nos enfrentamos, con un problema demográfico gravísimo y perdiendo puestos de trabajo del sector privado mientras crece el sector público. Son matemáticas sencillas, aún más en economías del tamaño de Navarra, Álava, Gipuzkoa o Bizkaia, cuanto menos dinero entra y más sale, más nos endeudamos y cuanto más crece la deuda menos dinero se dedica a los servicios públicos, salud, educación etc.. y más a los intereses de la deuda. Es imprescindible que visualicemos el problema como un hecho cierto, del que todos somos parte del problema y parte de la solución. En esta tendencia actual que nadie se extrañe si en 10 o 15 años las condiciones de la jubilación cambian por completo, nadie va a tener la jubilación de sus padres, es bueno interiorizar algunas verdades. No hay sistema de seguridad social capaz de pagar pensiones de 1.500 € de media, en una pirámide poblacional como la que llevamos dibujando los últimos 20 años, y no hay manera de crear riqueza si todas nuestras empresas están en manos de fondos de inversión con base en Dubai o Bahamas.

Necesitamos un compromiso social foral, un contrato social renovado que implique a instituciones, empresas y ciudadanos. Un modelo que nos haga partícipes mediante el esfuerzo del mantenimiento de nuestros estándares de desarrollo humano a medio y largo plazo. Interiorizar una actitud que pondera el esfuerzo, el trabajo, el crecimiento personal y la creación de riqueza en nuestro entorno cercano como el símbolo del éxito y de desarrollo personal, y agradecerlo y agradecerselo a quien lo haga, desde la sociedad a las instituciones.

Asimismo, rechazar el individualismo, el egoísmo y el absentismo en el desarrollo profesional y llamar a los empresarios a buscar con ahínco la preferencia de la continuidad de las empresas en el ámbito de los territorios forales. Se necesita de forma urgente un cambio de mentalidad, que deberá iniciarse desde las instituciones y empresas para ser tomado en consideración por la sociedad.

Hay una frase en euskera que define con exactitud de que hablamos y que era la norma de nuestras villas y pueblos durante siglos, “Askoren ahalegina, guztion onura”, (Esfuerzo de muchos en beneficio de todos).