Hay miedo ciudadano a un riesgo cierto de involución, sí. Hay muchos millones de votantes hartos de Sánchez, también. ¿Qué bando tiene más adeptos? Ahí radica la clave del 23-J. La diferencia de músculo por cada bloque, en todo caso, se antoja exigua. Tan corta que presagia tiempos revueltos, nada edificantes, poco propicios para una mínima estabilidad. Con demasiadas ganas de revancha. La derogación del sanchismo lleva implícita su vocación arrasadora entre sus ardientes impulsores. La incontrolable emoción de una remontada de la izquierda traería posiblemente el germen de un nuevo Estado constituyente. Dos mundos antagónicos, incapaces siquiera de aproximarse. Cuatro años han sido un tiempo pasado, suficiente para consolidar un país profundamente banderizado. Los cuatro próximos no auguran desgraciadamente nada mejor.
Bastaría recrearse en el descafeinado debate a tres y el ausente para alumbrar una lógica preocupación sobre la legislatura venidera. La izquierda y la derecha emplean lenguajes tan diferentes que parecen desear no entenderse. No hay un mínimo común denominador que albergue una brizna de consenso. De hecho, algunos de los encontronazos dialécticos irritan el sentido común, más allá de las medias verdades, las mentiras y las inexactitudes que se agolpan con absoluto descaro. Es inobjetable científicamente el cambio climático, pero se llega a cuestionar con desparpajo. Es innegable la violencia machista, pero se buscan disculpas hirientes. Es evidente la ideologización de un gobierno, pero se encuentran justificantes espurias. Es una realidad el crecimiento del empleo y de los precios, pero resulta imposible asumirlo como una fotografía de situación. Así, hasta el hastío.
Sin encuestas que analizar en público, los estados de ánimo aparecen inducidos con momentos estelares. Basta una actuación aguerrida, convincente y propositiva de Yolanda Díaz para que Sumar recupere el aliento. Apenas una levedad institucional ante las cámaras sirve para que Pedro Sánchez, incluso cansado, mantenga vibrantes las constantes vitales de los suyos. O puede ocurrir que cuatro parrafadas desnuden tus auténticas carencias, como le ocurrió a Santiago Abascal, casualmente en la gesticulación menos militarista de su carrera. Una inconsistencia del líder de Vox que alentó en el PP las fundadas expectativas del voto útil para apuntalar un previsible gobierno de la derecha sin incómodas ataduras extremistas. Un rédito electoral bastante previsible para quienes idearon en su día con indudable acierto estratégico, en Génova, la inaceptable deserción en términos de compromiso democrático del candidato Feijóo.
Aquel debate donde sus contendientes no agotan deliberadamente el tiempo disponible deja mucho que desear. Incluso hasta desluce el interés. Ocurrió en el desnivelado duelo entre los amigables socios de la izquierda, Pedro y Yolanda, y el señor Abascal. Aunque el moderador lo intentó con ahínco más de una vez, en el plató se quedaron demasiados segundos esperando a que alguien hincara el diente para regocijo del espectador. Faltaba el enemigo a batir. No había partido antes de empezar porque el anodino resultado era más que previsible. A tal rebaja llegaba la previsión del choque que se anunció como una pugna por el tercer puesto en las urnas de este domingo. En todo caso, no parece muy probable que muchos votantes de Vox vayan a cambiar ahora su papeleta en favor de Sumar ante la derrota por inferioridad manifiesta de su líder frente a la vicepresidenta gallega. Otra cosa distinta es que la bolsa de abstencionistas pueda reducirse en favor de las posiciones de izquierda. Las reiteradas admoniciones sobre la entrada en el túnel negro estremecerían a más de uno. Queda por ver si la apurada incorporación de última hora a la causa sirve para amortiguar el duro golpe anunciado para los intereses de la izquierda. Salvo que acabe aterrizando esa sorpresa final largamente preconizada tampoco es descartable que el supuesto bando perdedor esté confundiendo los deseos con la realidad y siga creyendo, por ejemplo, que las fotos de Marcial Dorado causan estragos. El 28-M fue un aviso con datos.