En la década de los noventa del pasado siglo, un ilusionista catalán actuaba en diversos programas de televisión con un entretenido número en el que mezclaba el humor con diversos trucos de magia. Aquel artista se hacía llamar Mágic Andreu y solía acostumbrar finalizar el show premiándose por lo acertada que a su juicio había resultado su representación. Lo hacía con gracejo y con salero, colgándose medallas de reconocimiento en la solapa de su chaqué. Y, habitualmente, el Màgic Andreu se condecoraba no con una sino con dos menciones. “Una medalla —solía decir— por tonto, y la segunda, por si pierdo la primera”.

Ponerse medallas

Aquella escena burlesca y llena de chispa me suele venir a la cabeza cuando veo que alguien se va poniendo flores o saca pecho por alguna razón que, a mi entender, resulta extraña cuando no estrambótica.

Jose Antonio Bastegieta, Marko, alcalde de Kortezubi, era especialista en prodigar reconocimientos populares a rarezas originales. Durante años, puso a su municipio vizcaino en el mapa de las curiosidades gracias a los concursos de cabezones y barrigudos que organizaba. Marko, siempre extrovertido y orgulloso de su notoriedad e ingenio, tenía a gala haber presentado la txapela más grande del mundo. Una “funda mental” de tres metros de diámetro fabricada en la singular factoría de la Encartada en Balmaseda.

Hoy ya casi nadie se acuerda de aquellas formas de notoriedad. Pocos saben cómo se llamaba aquel guipuzcoano de Ormaiztegi que en una retrasmisión en directo de una televisión italiana conseguía, hace apenas diez años, partir setenta y seis nueces con el culo en solo un minuto. Es el sabor efímero de la fama lo que nos hecho olvidar al protagonista –Juan Carlos Díez–, a quien deberíamos tener presente por su gesta. De igual modo, casi ha desaparecido de nuestro recuerdo la proeza protagonizada por quien fuera brillante campeón mundial de lanzar huesos de aceituna con la boca, el ciezano universal Teodoro García Egea. Después su historia con Casado y Ayuso y tras su salida de Génova, sus antiguos méritos escupiteros solo ocupan la melancolía de unos pocos.

En su día, Javier Maroto, hoy senador segoviano, pretendía pasar a la historia por ser el alcalde que había participado en la elaboración de la tortilla de patatas más grande del mundo. Para ello destinó fondos económicos (45.000 euros de las arcas municipales) y contrató a un afamado cocinero gasteiztarra para que acometiera tan suculenta hazaña. Pero la prueba fue un fiasco pues la agencia Guinness, certificadora de los récords insólitos, negó que la excepcional mistura de patatas y huevos presentada como la “más grande del planeta” mereciera ser reconocida como tal. Y Maroto se quedó sin récord y los vitorianicos/as, con 45.000 euros menos de presupuesto.

La autocomplacencia, entendida como un ejercicio de autoafirmación en contraposición a los demás, suele resultar un ejercicio arriesgado porque “el orgullo y la satisfacción” –como dijera el emérito- suele volverse contra uno mismo, de la misma manera que lo hace escupir al cielo.

Oskar Matute, diputado de Euskal Herria Bildu en el Parlamento español, es un orador brillante. Su dominio del discurso lo tiene ampliamente acreditado. Desde su experiencia pasada en la Cámara vasca, donde representó a Ezker Batua, hasta su actual escaño en la Carrera de San Jerónimo de la mano de EH Bildu representando a Alternatiba de la que forma parte desde su escisión de la organización matriz que dirigía Javier Madrazo, siempre ha demostrado sus dotes de comunicador. Matute es un tipo de verbo fácil, de ingenio retórico, modelo de dirigente progre extraordinariamente ideologizado. Él es, ante todo, un “hombre de izquierdas”. No es “abertzale”. Prefiere identificarse mejor con el concepto del “soberanismo”, si bien tal definición contrasta con el “internacionalismo” que asimismo practica y vehementemente defiende.

Quizá por eso, por su imagen de enfant terrible, el marco de una EH Bildu blanqueada comienza a encandilar también en sectores políticos y mediáticos madrileños. Pero tampoco se olvida de las puyas que desde la sala de prensa o la tribuna del Congreso ha dedicado al PNV en un mensaje grato y ávido de ser escuchado por sus parroquianos a quienes la crítica a los jeltzales les motiva más que nada.

Matute vino a decir, respecto a la Ley de Vivienda que “cuando al PNV hay algo que no le gusta utiliza la distracción, el comodín de la llamada que en este caso es la invasión competencial, que no existe”.

El diputado de EH Bildu debería ser más cuidadoso en sus apreciaciones. Sobre todo, cuando partidos que se definen como aber-tzales pretenden evitar que el poder central español menoscabe y cercene la capacidad de autogobierno de la Comunidad Vasca. Y es que para esas formaciones –las abertzales–, la representación en Madrid es su primera línea de defensa del autogobierno vasco, siendo la denuncia de la “invasión competencial” no una “distracción” ni un “comodín” retórico, sino la voz de alarma que alerta del atropello político que pretende realizarse. Con la inestimable colaboración de agentes “decisivos” como EH Bildu y ERC.

Invasión competencial grave. Así lo piensa el PNV. Pero no solo los jeltzales. Otros también le han acompañado en la denuncia y el voto negativo a esta nueva loapización normativa. Comparten criterio los catalanes JxC, PDCAT o las CUP, y pese a su abstención, también los nacionalistas del BNG galego.

Ojo, pues, con colgarse la medalla de conseguir “el paraguas legal que necesitábamos para desplegar medidas para topar alquileres, declarar zonas tensionadas y ampliar la protección ante los desahucios”. No vaya a ser que como el Màgic Andreu, en lugar de una debamos depositar en su solapa dos.

En estos momentos de contraste y de cita con las urnas, cada cual echa mano a lo que identifica como sus fortalezas para hacer valer sus razones. Todos se presentan como “los mejores”. El PNV pretende reivindicar su liderazgo, y apela al electorado a “continuar adelante, juntos”. Los socialistas de un Andueza empeñado en buscar pelea sin encontrarla ponen en valor su participación en la gestión de “una Euskadi mejor”. La alternativa representada por EH Bildu apela a conseguir “el pueblo que quieres” con toques de modernez y templanza. La alianza de izquierdas –Elkarrekin Podemos IU– realza su capacidad de aunar sensibilidades para el cambio social. Coalición sí pero no “sumar”. Y los populares de Núñez Feijóo, aquí Iturgaiz, hacen suya la idea de construir “España entre todos”.

Más allá de la política, en el campo social, los sindicatos también se sienten requeridos por las elecciones. Y en ese pulso destaca, por sui generis, el perfil por el que ha optado el sindicato mayoritario en Euskadi que, una vez más rompe los esquemas y los cánones que tradicionalmente entendíamos como fortaleza de una organización representativa de los trabajadores. No han sido los acuerdos, ni los nuevos convenios alcanzados. O las mejoras obtenidas para el conjunto de los asalariados. O su nivel de interlocución y decisión frente a la patronal y el poder establecido. ELA, y más concretamente su secretario general ha sacado pecho, asómbrense el público, por el volumen global de huelgas desarrolladas en Euskadi. Mitxel Lakuntza, secretario general del primer sindicato del país, vino a decir con desparpajo que en ELA están “orgullosos” de que Euskal Herria esté a la cabeza en número de huelgas en el Estado, lo que, a su juicio, evidencia que “solo desde un modelo sindical de confrontación se puede hacer frente al actual contexto de empobrecimiento”. “Orgullosos” de que Euskadi sea el territorio donde más huelgas se han desarrollado. No solo en el Estado español sino en Europa. ¡Aúpa tú!

Los datos son incontestables: el 50,36% de las huelgas que en 2022 se registraron en el Estado se concentraron en el País Vasco. Es decir, 342 de las 679 huelgas que tuvieron lugar en la Comunidad Autónoma de Euskadi. El volumen es aún más llamativo si se atiende a las jornadas no trabajadas con motivo de una huelga, donde el porcentaje llega hasta el 54% del total, o al número de trabajadores que participaron, que alcanza el 55% de todos los que en el Estado secundaron huelgas.

No me digan ustedes que no son datos para estar orgullosos. Lakuntza se merece una medalla. Que digo una, tantas como aquellas que lucían en la pechera los antiguos dirigentes de la extinta Unión Soviética. ¿Sería por eso, por el peso de las medallas, por lo que parecían caminar escorados a un costado? Quizá Lakuntza tenga la respuesta.

Miembro del Euskadi Buru Batzar de EAJ-PNV