Domingo 23 de abril, domingo bochornoso y caluroso aunque falte poco para atardecer. Un helicóptero se posa en el campo de fútbol del célebre Barbadillo, un complejo de edificaciones de la Policía Nacional del Perú.

En ese helicóptero llega el expresidente Alejandro Toledo. A las siete de la mañana, en un vuelo comercial, guarnecido por tres policías americanos, ha llegado a Lima luego de un largo proceso de extradición.

Había escapado en el año 2017.

Tiene casa y residencia legal en California, Estados Unidos. Ese fue su refugio.

Pero ahora, abril de 2023, la Justicia y el Estado americanos le han dado la razón a la Fiscalía y la Justicia del Perú.

Toledo se sentía arropado por colegas universitarios de Stanford que lo presentaban como un pobre indígena perseguido y acosado por una oligarquía peruana, blanca, racista y clasista. Una escena del siglo XIX o principios del XX, trasladada a a estos tiempos como camuflaje social y cultural, capaz de conmover a los gringos.

Toledo, presidente entre 2001 y 2006, había cultivado exitosamente la imagen de un peruano humilde decisivo en la caída de Alberto Fujimori, presidente en dos periodos entre 1990 y 2000, que pretendía una legalmente sospechosa reelección hasta el año 2005.

Esa aureola mesiánica y heroica había hipnotizado a los peruanos que le perdonaron, entre otras cosas, negarse a reconocer a una hija extramatrimonial, mentirle a la prensa diciendo que estaba secuestrado, cuando estaba gozando de una de sus innumerables orgías de alcohol, sexo y cocaína y engañar a todo el mundo mintiendo sobre la muerte de su madre.

En fin, solo unas pocas y hasta cómicas perlas del errático Toledo. Su esposa Eliane, de nacionalidad belga, le llamaba “Cholo Sano y Sagrado”.

Los áulicos, que tuvo muchos, trataron de justificar ese bautismo mítico, presentado al presidente como el sucesor del Inca Pachacútec.

Pero no era ese su destino. Su destino era el dólar.

Toledo se hizo rico gracias a un gigantesco pulpo brasileño, casi mitológico.

Odebrech, la transnacional de la construcción acreedora de un rosario inagotable de denuncias por coimas millonarias en gran parte del continente americano.

Un larguísimo trabajo de fiscales peruanos y brasileños, contundentes testimonios de ejecutivos de alto nivel y el descubrimiento de una verdadera trama de ingeniería de la corrupción –una empresa dentro de la empresa– han llegado a establecer que Toledo ha recibido más de treinta millones de dólares por la buena pro de una elefantiásica carretera de más de mil millones de dólares.

Un amigo de Toledo, el empresario israelí Maiman, contó en su momento, poco antes de morir, cómo es que Toledo y los suyos montaron, con su ayuda, un circuito de circulación del dinero, con empresas off shore y otros disimulos.

Pero Toledo en Barbadillo no será el primero.

Allí está Pedro Castillo, el golpista frustrado el 7 de diciembre del año pasado, cuando quiso cerrar el Congreso, meter presa a Fiscal de la Nación, deshacer el Poder Judicial, etcétera.

Castillo montó, desde antes de jurar como presidente, una red político-familiar de cobro de sobornos, licitaciones amañadas y cobros en billetes contantes y sonantes por ascender a coroneles y generales.

En cuanto vio que el golpe le fallaba, se metió en un coche oficial rumbo a la Embajada de México para encontrarse con su protector López Obrador. La policía le detuvo en el camino siendo capturado en flagrante delito.

Desde ese día, está en Barbadillo con prisión preventiva, esperando que empiece algunos de los variados juicios que el destino le ha prometido.

Y en otro ambiente de Barbadillo, Alberto Fujimori, desde el año 2007, extraditado de Chile, juzgado y condenado a larga pena por materia de derechos humanos.

Otro expresidente Ollanta Humala estuvo también algunos meses, en prisión preventiva, Pero el Tribunal Constitucional ordenó su libertad por exceso de tiempo en prisión sin proceso judicial.

Ahora le espera el juicio.

Ya son cuatro los presidentes que conocen Barbadillo.

Pudo haber estado también Alan García, presidente 2006-2011, pero se suicidó en su casa, cuando la policía había entrado para capturarlo.

Y se espera en Barbadillo a algún presidente más.

Casi seguro que la lista no ha terminado. Parece que el expresidente Vizcarra podría acompañar a sus colegas. Habrá que ver.

¿Tienen los peruanos alguna secreta vocación suicida?

¿Les gusta elegir mal?

¿Tienen los presidentes peruanos una secreta vocación suicida?

¿Les gusta acabar mal?

Por ahora solo puedo decir lo siguiente: ser presidente en el Perú es una profesión demasiado peligrosa. l

Periodista. Nacido en Bilbao, aunque reside en Perú desde 1951