Ha muerto Begoña Zalduegi, entre otras muchas cosas esposa de Juan Mari Atutxa, a quien envío un fuerte abrazo. Con motivo de su fallecimiento se ha recordado, oportunamente, la intervención radiofónica de Bego en la que retrató a quienes en ETA y la izquierda abertzale querían asesinar a su marido por “enemigo del pueblo”. No habló de su inmenso sufrimiento y el de toda su familia, obligada a vivir a diario con el miedo y bajo permanente escolta, sino de dignidad. Su muerte y estos recuerdos que nos impactaron a todos coinciden con la polémica sobre las webs de memoria de algunos ayuntamientos, en las que se recuerda a asesinados y a asesinos, y cuyo debate se pretende soslayar porque ha estallado –intencionada o casualmente, pero ya da igual– en precampaña. Dudo de que Juan Mari Atutxa y Begoña Zalduegi figuren nunca en un memorial oficial de víctimas. El problema de algunos listados como los que nos ocupan es la falta de la necesaria segregación –palabra de moda– y contextualización: que en algún caso no son todos los que están y que desde luego no están todos los que son. La violencia de ETA y de su entorno causó miles y miles de damnificados. “Sufrimiento” a raudales. Los informes del Gobierno Vasco, en su conjunto, lo avalan. La violencia de persecución –brutal, selectiva y fascistoide estrategia de terror social caracterizada de “socialización del sufrimiento”– fue implacable. Todos y cada uno de los concejales de al menos PP y PSE de Euskadi y sus familias estuvieron años amenazados de muerte. Todos los miembros de las Fuerzas de Seguridad. Todos los y las ertzainas. Los miles de empresarios que recibieron la carta amenazante de ETA. Las miles de personas que, obligadas por las amenazas, decidieron abandonar Euskadi. Jueces, fiscales, periodistas... todos “enemigos de Euskal Herria” porque, como dijo Begoña, no nacieron “para vivir arrodillados” frente a los “nuevos dictadores”. Ciudadanos y sus familias que no aparecerán en los buscadores. Urge que zanjemos ya esa batalla del sufrimiento.