Estos días asistimos a los actos de presentación de candidatura de las diferentes formaciones para las elecciones municipales del próximo 28 de mayo. A cuenta de este asunto, la pasada semana, los medios de comunicación se hacían eco de qué es lo que exige Feijóo a sus dirigentes territoriales a la hora de confeccionar las listas y parece que el gallego lo tiene claro: el requisito es presentar cabezas de cartel que ganen las elecciones. Ganar es el objetivo. La victoria en las urnas como única forma de entender la política. Esto tiene varias interpretaciones posibles, la primera, menos romántica y mucho más prosaica, es que el líder de los populares es consciente de la situación crítica que vive su formación y sabe de la necesidad de recuperar poder territorial para coger aire y ganar posiciones como alternativa al gobierno de Sánchez. La otra, tal vez más idealista aunque no por ello menos inteligente, es que piensan que ganar es la mejor forma de gobernar –no la única, como hemos podido ver– y que es en el ejecutivo, y no en la calle, donde están los instrumentos –el mejor de ellos es el Boletín Oficial– para cambiar las cosas y llevar a cabo tu programa electoral.
Leído lo anterior, parece que está claro, ¿no? Sea por la razón que sea, hay que ganar y no hay más discusión. Pero la pregunta es ¿cómo? Porque se hace referencia a ganar como si fuese lo normal, a ser el más votado como si fuese sencillo y a gobernar como si fuese lo habitual. Y la realidad es que a las elecciones se presentan un sinfín de partidos y que el triunfo está reservado tan solo a unos pocos. Y es que la única realidad es que hemos normalizado tanto la victoria, y ya no hablo sólo de política, que obviamos que en la vida lo normal es perder. Pero qué queréis que os cuente de una sociedad que piensa, o quiere hacernos pensar, que Guardiola, uno de los entrenadores más laureados de la historia, además del mejor, es un fracasado.