Dicen que este año la tendencia más top es la inteligencia. Pero no la humana, que parece un velero en calma chicha, sino la artificial. Las máquinas nos van superando en todo, dicen. La lista de libros y de películas que llevan décadas anunciando la revolución del pensamiento computacional es larga. Recordemos 2001. Una odisea espacial, novela escrita por Arthur G. Clarke en 1968, firmada en paralelo a la versión cinematográfica de Kubrick, por poner un ejemplo. O ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? de Bradbury publicada también ese año y adaptada a su aire, o libremente como se suele decir, por Ridley Scott en la película Blade Runner de 1982. Pero el salto cualitativo que ha puesto ahora el intelecto artificial en boca de todos es que estos últimos meses hemos visto como ficciones como las que hemos nombrado podrían ser pergeñadas ahora mismo por una inteligencia artificial. Quizá sea eso lo que nos pasma. Lejos queda el día en que un ordenador ganó al campeón del mundo de ajedrez: ha pasado ya un cuarto de siglo desde que el superordenador de IBM ganaba a Garry Kaspárov. Un aparatito que era capaz de calcular 200 millones de posiciones por segundo. La supremacía intelectual del ser humano había quedado a la altura del barro. ¿O no? Porque detrás de la construcción de ese ordenador, entre bambalinas, se encondía un ingente equipo de técnicos y programadores.

Programas que son capaces de escribir cuentos, informes… incluso programar un videojuego, ahí los tenemos. Pero aprenden del humano. Si les pides que te redacten un cuento, realizarán un cóctel con todos los cuentos escritos en el mundo. Y lo harán bien. También sabrán redactar un artículo sobre cualquier temática recolectando y compilando todo lo publicado sobre el asunto en cuestión. El mundo del periodismo tiembla con ello. Pero como ya comentamos en alguna ocasión, el problema de estas inteligencias es que no entiende de ironías, ni de dobles sentidos, ni de agudezas. Les falta también mala baba. Pero cumplen su función a la hora de elaborar un escrito homologable, para salir del paso. Y visto el nivel de escritura del ciudadano medio, estas inteligencias artificiales de nuevo cuño ganarían a cualquiera en el arte de la escritura con más facilidad que el IBM ajedrecista echando un pulso a Kasparov.

Pero ahí no acaba la cosa. Ahora también los ilustradores, diseñadores y pintores, están con el “baile de San Vito” viendo esos listos programas que generan imágenes. Solo hay que encargarles lo que uno quiere, como el que va a una cafetería a pedir “un café en vaso, corto de café con leche sin lactosa muy caliente y con sacarina”. Uno de ellos se llama DALL-E. Le puedes decir, por ejemplo, “quiero que me dibujes muy realistamente al ex presidente de Estados Unidos, Donald Trump saliendo libre del juzgado saltando de alegría”. Y lo deja clavado. Pruébenlo y lo comprobarán. No es broma. Otra cosa es si el que le pide eso, es inteligente.