Giuseppe Tomasi de Lampedusa fue un escritor italiano no demasiado prolífico en su obra. A decir verdad, solo escribió un libro en su vida que luego, tras la muerte del autor, se convirtió en una de las novelas italianas más célebres y admiradas: El Gatopardo.

Los desequilibrios de la política

La novela publicada en 1958 es recordada por una frase que ha hecho historia. “Si queremos que todo siga igual, es necesario que todo cambie”. Los tiempos de Garibaldi, unificador de Italia en el siglo XIX y tema de la novela, siguen vigentes en la política dos siglos después.

Hace casi un año Rusia invadió Ucrania militarmente. Casi de inmediato una buena parte de la población civil de este país huyó de la guerra y muchos de sus ciudadanos fueron acogidos en los países europeos. Poco a poco, gracias a la colaboración militar y armamentística de la Unión Europea y Estados Unidos, los ucranianos parecen haber hecho frente a la capacidad muy superior, al menos en teoría, de las fuerzas de Putin. El resultado es el enconamiento de una guerra a largo plazo en la que la única consigna evidente viene definida por la teoría de los hermanos Marx: “Más madera que es la guerra”. Decenas de miles de toneladas de armas y decenas de millones de euros y dólares han llegado al país dirigido por Volodímir Zelenski. Pero él exige más.

Permítanme una visión un tanto cínica sobre el conflicto. Confieso que casi me da pudor anunciarlo en vista del apabullante “consenso” sobre las bondadosas razones que asisten al bando aliado. Lo que más preocupa al bloque occidental no es la libertad del pueblo ucraniano, sino la hegemonía rusa en la región cercana a Europa y que dispone de una envidiable situación geoestratégica y buenos recursos naturales. Putin, tan vilipendiado ahora en los medios occidentales, era considerado no hace tanto como un aliado del mundo occidental por George Bush, expresidente de Estados Unidos. Tanto este como posteriormente Donald Trump tuvieron unas excelentes relaciones con el mandatario ruso al igual que el actual presidente francés, Emmanuel Macron.

Son cosas de la política internacional, donde la amistad es efímera y los cambios mercuriales. A mí todo esto me recuerda, salvadas las distancias, al caso de Saddam Hussein, el líder iraquí que gobernó su país con mano de hierro durante 30 años al tiempo que cometía flagrantes violaciones de los derechos humanos. Pues bien, antes de ser ajusticiado en la horca y balancear sus pies en el aire, Saddam Hussein, había sido el más firme de los aliados occidentales en la región, a excepción de Israel claro. El dictador era la más firme garantía a la hora de contrarrestar el poder del régimen teocrático de los ayatollahs iraníes. De las armas de destrucción masiva que fue la acusación que prendió la mecha de la invasión nunca más se supo. La única destrucción fue la del propio país. Irak es ahora un avispero de conflictos y representa más que nunca un problema de seguridad en una región siempre convulsa.

El foco de los medios se ha centrado este último año casi de forma exclusiva en Ucrania, sin embargo, hay otras zonas del globo que continúan siendo fuente de seria preocupación aunque no salgan en los medios de comunicación. Las tensiones entre las comunidades serbias y albano-kosovares amenazan con romper una paz precaria en los Balcanes, donde los bombardeos de la OTAN sobre la antigua Yugoslavia no han quedado en el olvido. Por otra parte, la situación en Palestina se ha agravado hasta extremos indecibles. El primer ministro, Benjamin Netanyahu, en su alianza con la extrema derecha ha anunciado una política de anexión de nuevos territorios palestinos. Parece que no le basta con los que ya se han anexionado. El mundo permanece impasible ante la invasión israelí. ¿Alguien se puede imaginar a algún país suministrando todo tipo de misiles y tanques a los palestinos para defender su territorio?

Pero no acaban ahí las paradojas de la política internacional. El Parlamento Europeo, casi siempre exquisito con Marruecos, acaba de aprobar una resolución en la que insta a este país a respetar la libertad de expresión y a garantizar un juicio justo a los periodistas encarcelados y perseguidos en su territorio. Es la primera vez que lo hace en casi 20 años. El resultado de 356 votos a favor, 32 en contra y 42 abstenciones ha sido claro. Lo que no se explica es que 17 parlamentarios del PSOE hayan votado en contra de la resolución votando conjuntamente con la ultraderecha europea. El Partido Popular Europeo se ha ausentado para no votar.

La mayoría de los parlamentarios europeos denuncian las múltiples injerencias de los representantes de Marruecos que han dado como resultado el caso de sobornos en el recientemente celebrado campeonato de fútbol de Qatar.

Dice el presidente Sánchez que las relaciones bilaterales con Marruecos gozan de buena salud. Está claro que lo dice con una pinza sobre su apéndice nasal. Y más ahora que tiene un viaje al bazar político de Marruecos.

Mantiene Chevalley, uno de los personajes fundamentales de la novela El Gatopardo, que el político tiene que escuchar lo que le dice su conciencia y no las verdades que solo el orgullo le dicta. También dice que el bien común de los ciudadanos está por encima de cualquier otra consideración. Después de esto, me extraña que no encerraran a Giuseppe Tomasi de Lampedusa en alguna institución psiquiátrica. Pero, en fin, ya lo sabemos, El Gatopardo es solo una novela y la realidad política es como la Mafia: resulta complicado separarse de ella, por poco que nos guste.

Periodista