Estos últimos meses el asunto de la inteligencia artificial se ha asomado más de lo habitual a los medios de comunicación. El causante del revuelo ha sido un programa de nombre GPT, alias Gepeto, para los amigos. Gepeto ha sorprendido al más común de los mortales pues puede conversar por escrito con nosotros, responder a nuestras dudas, escribir sobre cualquier tema que le pidamos… Y todo ello de una manera bastante “humana”. O incluso “sobre humana”. Porque según comentan algunos expertos, Gepeto es capaz de respondernos de manera “coherente, completa y ciñéndose al tema”. Algo que, desgraciadamente y dicho sea de paso, no es muy habitual en el mundo de la inteligencia natural nuestra.
Gepeto es un cerebro artificial entrenado a fondo por un equipo ciclópeo de personas con el objetivo de que sea capaz de hacer lo que hace: entendernos de una manera precisa y respondernos de una manera natural. Lo hace tan bien que es imposible discernir si un texto que estamos leyendo ha sido escrito por ella o por un “homo sapiens”. Es más: estas mismas líneas podrían haber sido escritas por Gepeto. O quizá no, como veremos en el desenlace de esta columna.
Esta “red neuronal de aprendizaje profundo” tiene la facultad de poder generar respuestas distintas hacia unas mismas preguntas con lo que poder detectar que un texto, un estudio, un artículo… ha sido generado por Gepeto es imposible. Antes, cualquier listo podía cortar y pegar textos de artículos, estudios… extraídos de internet para componer un escrito, pero tamaño latrocinio no era difícil de detectar. Ahora, nos encontramos con el sueño de cualquier vago estudiante: sólo tiene que pedirle a Gepeto que le haga los deberes y dicho y hecho. Muchas universidades ya están tomando nota de ello. Y están examinando al alumnado en habitaciones limpias de wifi, en la que el uso de los móviles o de cualquier sistema electrónico está prohibido. Pero eso es como poner puertas al campo.
¿Puede Gepeto sustituir a los escritores? ¿Es capaz de escribir una novela, por ejemplo? Lo es. Pero la pregunta pertinente sería: ¿Lo que escribe, tiene calidad literaria? Algunos contestarán que “para gusto están los colores”. Vivimos en un mundo en el que mucha de la literatura que se consume responde más bien a acertadas operaciones de marketing y no a su valor artístico. Estamos acostumbrados a ver en las largas estanterías de las librerías obras que parecen escritas por orangutanes junto con otras que sí que han sido pergeñadas por artistas.
Gepeto no conoce lo que es la ironía. Tampoco sabe lo que es una frase bella, salpicada de sugerentes metáforas. Desconoce lo que es jugar con los dobles sentidos de las palabras. Pero, volvemos a reiterar, lo mismo les sucede a una gran mayoría de los lectores.
El arte, la creatividad, el humor… forman parte de nuestro ADN. ¿Se puede entrenar a una máquina para que funcione como un artista? A fecha de hoy, todavía no se ha conseguido.