Es oficial, el tema de las fotos se nos ha ido de las manos. Si hacía falta una prueba, nos llegó con todo el oropel y la pompa posibles en esa imagen, –imagen de la imagen, toma metalenguaje– que muestra a un grupo de personas en la basílica de San Pedro frente al féretro del Papa, con sus móviles en ristre, inmortalizando –tal cual– al finado. Ya era bastante exótico lo de hacerte un book con el menú de un restaurante –si el plato se enfría da igual, todo sea por el arte– o formar en disciplinada espera de turno para hacerte una foto en el lugar que sea. Cada uno que haga lo que quiera, faltaría más. Me hago mayor y probablemente soy muy rara, está claro; pero lo de hacerle fotos a un señor muerto, por muy Papa que sea... ¿Qué haces? ¿La subes a Instagram? ¿Para qué? ¿Si no la subes es que no has estado allí? ¿O la foto se quedará por ahí, perdida en la nube? ¿O la enmarcas y la pones en la mesilla? Pero la fiesta no acaba. Como una imagen vale más que mil palabras, atentos a quienes después de dos horas esperando para entrar en Santa María la Mayor el domingo pasado circulaban al trote, azuzados por la organización, ante la tumba de Francisco. En el vídeo que vi en el informativo no falló uno: todos contemplaron la tumba... a través de la pantalla de su móvil. Francamente, vivimos en el puñetero Metaverso.
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